“Aférrate a mí siempre y adéntrate en lo más profundo de tu interior. Allí estoy yo presente” (Palabra interior).
Pase lo que pase, y especialmente en tiempos de confusión como los que sin duda atravesamos en la actualidad, el Padre Celestial nos ofrece un refugio capaz de resistir todas las tormentas. Aunque las iglesias sean incendiadas y las liturgias, banalizadas; aunque la clara doctrina y orientación en la Iglesia flaqueen, el Señor ha establecido su tienda en nuestro interior. Allí es donde está en casa y donde siempre podemos acudir. Allí está el castillo donde estamos a salvo.
El Señor nunca nos deja sin su apoyo y consuelo. Recordemos cómo condujo al pueblo judío a través del desierto, cómo sostuvo y fortaleció a los santos mártires en tiempos de persecución, cómo protege a los suyos en medio de la hostilidad y el rechazo en guerras y catástrofes.
Pero no sólo en el peligro, sino también cuando nos encontramos en circunstancias que no parecen amenazadoras, deberíamos seguir la invitación del Señor de adentrarnos en nuestro interior. Él nos espera siempre allí para cultivar una íntima amistad con nosotros y fortalecernos para todo lo que pueda sobrevenirnos. De esta manera, nos convertimos en personas más espirituales, que no se dejan amedrentar por las circunstancias externas hasta el punto de descarrilarse, sino que saben que siempre pueden aferrarse al Señor.
¡Qué maravilloso es saber que un Padre amoroso habita en nuestro interior, que siempre está esperando poder deleitarnos con su presencia, que nunca se cansa de escucharnos y de rodearnos con su ternura! Al mismo tiempo que nos abraza, nos confía también sus deseos y nos invita a salir con Él en busca de almas en las que pueda establecer la obra de su amor. Y entonces podremos consultar con Él qué es lo que nosotros podemos aportar. ¡Esto agradará mucho a nuestro Padre!