EN LA FUERZA DEL SEÑOR

“Cíñete al flanco la espada, valiente: es tu gala y tu orgullo” (Sal 44,4).

Ciertamente este versículo del salmo, así como también los subsecuentes, se dirigen en primer lugar a Nuestro Señor Jesucristo. Pero, puesto que nosotros le seguimos y estamos a su servicio, pertenecemos al “ejército del Cordero” y tenemos parte en su gloria y majestad.

¿Cuál es el combate que nuestro Padre Celestial nos encomienda librar? ¿A cuál espada hemos de recurrir?

San Pablo nos da una respuesta. En primer lugar, nos dice en Efesios 6: “Reconfortaos en el Señor y en la fuerza de su poder” (Ef 6,10).

Aquí radica el punto clave: debemos fortalecernos en el Señor. Él es quien dirige la batalla, y nosotros estamos a su lado y actuamos por encargo suyo.

Un buen ejemplo en la historia es Santa Juana de Arco que, siendo apenas una jovencita, fue llamada por Dios a liderar al desanimado e impotente ejército francés para librar a su patria de la ocupación inglesa. Resulta evidente que esto sólo pudo ser posible por el poder de Dios. ¡Él era su fuerza y su poder!

Pero la batalla va más allá del ámbito terrenal. El Apóstol nos exhorta: “Revestíos con la armadura de Dios para que podáis resistir las insidias del diablo” (Ef 6,11).

En la fuerza y el poder del Señor, hemos de resistir las tentaciones del diablo. Para ello, nuestro Padre nos reviste con una armadura espiritual, que San Pablo compara con la armadura de un soldado romano de la época. Durante los próximos días, nos detendremos a meditar sobre esta armadura espiritual de nuestro Padre, “para que podamos resistir en el día malo y, tras vencer en todo, permanezcamos firmes” (Ef 6,13).