Durante las tres últimas meditaciones, desarrollamos un consejo indirecto que nos da San Antonio Abad, un sabio padre del desierto. En este contexto, reflexionamos sobre el combate en lo que escuchamos, hablamos y miramos, y vimos cuán necesario es colocar estos importantes ámbitos de la vida humana bajo el dominio de Dios y defenderlos contra múltiples ataques.
“El que está sentado en el desierto y procura tener el corazón calmado, ha quedado a salvo de tres combates: el de la escucha, el del habla y el de la vista. Sólo le queda un combate por librar: la lucha contra la impureza.”
Entonces, nos queda ahora por tratar la lucha contra la impureza, que es uno de los combates más difíciles para el hombre. No sólo se refiere a la impureza a nivel corporal; sino también a las inclinaciones desordenadas a nivel espiritual y psicológico. Pero en esta ocasión nos enfocaremos en la dimensión corporal.
San Antonio habla de un “combate” que nos corresponde librar, y debemos interiorizar que es así. En efecto, el Señor nos deja esta lucha, para fortalecernos y darnos una ocasión de mostrarle nuestra fidelidad. Si no aceptamos el reto a luchar, ya hemos perdido de antemano.
Todos sabemos que vivimos en un mundo muy sexualizado, y que las provocaciones en esta esfera nos rodean casi permanentemente. La diferencia de este tiempo en relación a otras épocas, está en que hoy los medios de comunicación pueden bombardearnos con la impureza. Y otra diferencia fundamental, con respecto a otros tiempos más marcados por el cristianismo, es que hoy ya no se llama al pecado por su nombre y desaparece cada vez más la conciencia del plan originario que Dios tuvo con la sexualidad humana.
Esta sombra incluso está cerniéndose cada vez más sobre la Iglesia, que hasta ahora representaba el contrapeso a la sexualización de la sociedad. Si, por ejemplo, ya apenas se menciona en las homilías que la fornicación es pecado; si se habla de la masturbación como si se tratara de un acto natural; si se propaga cada vez más la tendencia a considerar la homosexualidad como una opción sexual, entonces el espíritu del relativismo se ha infiltrado en la Iglesia y las personas ya no reciben la orientación que necesitan. ¡Esto es trágico!
Hay algunas bases que son imprescindibles para librar este combate:
- No podemos minimizar la lucha contra la impureza, pues, de lo contrario, se debilitará nuestra fuerza de resistencia.
Aunque esta esfera se relacione mucho con la debilidad del hombre, no dejan de ser devastadoras sus consecuencias. Disminuye nuestra capacidad de amar; y, en consecuencia, también dificulta la fidelidad. Hiere a la otra persona, aunque el acto impuro se lo cometa de mutuo acuerdo. Además, la impureza es, en primera instancia, un rechazo al amor de Dios y a su fidelidad, pues son precisamente este amor y fidelidad los que han de reflejarse en las relaciones puras y ordenadas.
- Las tentaciones de impureza deben ser inmediatamente contrarrestadas; de lo contrario, nos vencerán.
Jesús nos indica que el pecado inicia ya cuando se “mira a una mujer para desearla” (Mt 5,28). Y esto podemos aplicarlo en muchos otros campos: cuando se mira una imagen, una fotografía o una película impura, cuando se lee literatura con tales contenidos, etc.
- En toda tentación de impureza, debemos dirigirnos inmediatamente a Dios a través de la oración.
Y si las tentaciones vienen acompañadas de las respectivas reacciones corporales, tanto más intensa ha ser nuestra oración, para que podamos preservar nuestra libertad en el Señor.
- Recomiendo que, en las fuertes tentaciones de este tipo, nos dirijamos a la Santísima Virgen María. También Santa Juana de Arco y Santa Inés, que se destacaron especialmente por su pureza, serán poderosas ayudantes.
Al invocar los nombres de estas santas mujeres, serán ahuyentados los demonios que quieren incitarnos a la impureza.
- La literatura positiva sobre la sexualidad ayudará a comprender más profundamente la esfera íntima del hombre.
En este sentido, sería muy recomendable la “Teología del Cuerpo”, de Juan Pablo II, y el libro “Pureza y Virginidad”, de Dietrich von Hildebrand, entre otros.
- Una vida ordenada, tanto a nivel espiritual como a nivel natural, será una buena predisposición para la lucha por la pureza.
La meditación diaria de la Palabra de Dios, la oración y la recepción frecuente de los sacramentos, fortalecen al hombre interior y lo hacen más capaz de resistir.
- No desesperarse en las derrotas.
Volverse a levantar, examinar cuáles fueron las causas de la caída y prepararse mejor para el próximo combate… Aunque no debamos subestimar las consecuencias de la lujuria, tampoco conviene centrarnos solamente en ella.
- Ofrecerle al Señor la lucha por la pureza como sacrificio, pidiéndole que Él libere también a otros de este mal y puedan ellos descubrir y recorrer el camino del amor verdadero.
Esperando que los consejos de los últimos días hayan sido provechosos para nuestra vida espiritual, pasaremos a partir de mañana a la audionovela de Santa Inés, cuya memoria celebraremos precisamente el día de mañana. Ella es un brillante ejemplo de la virtud de la castidad, hasta el punto de dar su vida por preservarla. ¡Que su ejemplo y testimonio nos animen a luchar por la pureza del cuerpo y del alma, y a defenderla decididamente con la gracia de Dios!