“EN EL APRIETO ME DISTE ANCHURA”

“Cuando me encuentro con un corazón abierto, quiero darle todo y, a través suyo, agasajar también a otras personas” (Palabra interior).

Nuestro Padre puede servirse de un corazón que se ha abierto a Él. De hecho, además de amar a cada persona con un amor único y colmarla con su gracia, Dios tiene siempre bajo su amorosa mirada a la familia humana en su totalidad. Así, podemos notar que, cuando nos esforzamos sinceramente por recorrer el camino de la santidad y responder al amor de nuestro Padre, Él nos incluye en su plan de salvación.

Cada mínimo sacrificio, cada pequeña negación de sí mismo, cada soportar de una situación en paciencia puede crecer hasta convertirse en un manantial de gracia, que no sólo nos transforma a nosotros, sino que también puede servir a los demás como puerta y consuelo.

Pero, ¿cómo podremos conseguir un corazón tan abierto para que el Padre pueda colmarlo con sus dones? No pocas veces, nuestro corazón sigue estando cerrado y nos cuesta amar de verdad.

Cuando nos veamos atrapados en la estrechez de nuestro corazón, deberíamos, por una parte, pensar en nuestro Padre e imaginarnos cuánto Él se alegra cuando nos abrimos a Él con una sencilla oración, aunque sea sólo en un acto muy débil: “Tú que en el aprieto me diste anchura, Tú me librarás; Tú, el Dios leal” (cf. Sal 17,29; 30,6).

Por otra parte, podemos pensar en nuestro prójimo: ¡Qué bendición sería para él que nuestro Padre pudiera amarle a través nuestro y que pudiese encontrarse con Dios por medio de nuestro amor! Tal vez aún no tiene acceso directo a Dios, pero es sensible al verdadero amor. Entonces podríamos convertirnos para él en un puente para encontrarse con el amor de nuestro Padre.

No nos asustemos si a veces percibimos en nosotros una resistencia a dar pasos hacia un amor más grande. Simplemente presentémosle al Señor nuestro corazón imperfecto y pidámosle un corazón nuevo.