Num 21,4-9
Los israelitas partieron del monte Hor, camino del mar de Suf, rodeando el territorio de Edom. El pueblo se impacientó por el camino y empezó a protestar contra Dios y contra Moisés: “¿Por qué nos habéis subido de Egipto para morir en el desierto? No tenemos ni pan ni agua, y estamos hastiados de ese manjar miserable.” Envió entonces Yahvé contra el pueblo serpientes abrasadoras, que mordían a la gente. Murieron muchos israelitas.
El pueblo fue a decir a Moisés: “Hemos pecado por haber hablado contra Yahvé y contra ti. Intercede ante Yahvé para que aparte de nosotros las serpientes.” Moisés intercedió por el pueblo. Dijo Yahvé a Moisés: “Hazte una serpiente abrasadora y ponla sobre un mástil. Todo el que haya sido mordido y la mire, vivirá.” Moisés fabricó una serpiente de bronce y la puso en un mástil. Y cuando una serpiente mordía a un hombre, si éste miraba a la serpiente de bronce, quedaba con vida.
Hoy se nos habla de la tentación de desaliento que atacó al pueblo de Israel, con la terrible consecuencia de rebelarse contra Dios.
Tenemos que tomar consciencia de que el desaliento no es simplemente un estado de ánimo relativamente inofensivo, en el que podemos sumergirnos y esperar que acabe en algún momento. El desaliento puede llegar a tener las consecuencias que nos muestra el relato bíblico de hoy.
El desánimo –y no me refiero a una depresión patológica que requiera ser tratada de forma especial– oscurece nuestra alma y perjudica notablemente nuestra confianza en Dios. Se trata de un sentimiento que a menudo surge tras haber vivido cualquier tipo de decepción, y que quiere robarnos la fuerza interior. Fácilmente caemos en estado de desánimo cuando queremos alcanzar o cambiar algo por nuestras propias fuerzas, pero no lo logramos; o cuando esperamos algo de otras personas o de Dios, y nuestra expectativa no se cumple. Entonces, el desaliento vuelve a encerrarnos en nuestra propia persona y perdemos la esperanza.
Lamentablemente, en esos momentos no solemos ser capaces de reconocer que la causa de nuestro desánimo no radica ni en las circunstancias, ni en Dios, ni en las otras personas; sino que en una falsa actitud de nuestra parte.
Fijémonos en el ejemplo bíblico de hoy.
Dios había escuchado la súplica de su pueblo y lo había librado con mano fuerte de la opresión del Faraón. Sabemos que, a lo largo de la travesía por el desierto, Él cuidaba de su Pueblo. Pero, evidentemente, el Pueblo no estaba satisfecho con lo que Dios le proveía; y les hacía falta el alimento al que estaban acostumbrados. Esta impresión y el deseo de aquel alimento llegaron a ser tan fuertes, que el extraordinario portento que Dios había obrado por ellos pasó a un segundo plano o incluso cayó en el olvido.
Viendo esta situación del Pueblo de Israel, podemos comprender un poco cómo surge y se propaga el desaliento. Ya no recordamos las obras de Dios; sino que estamos absortos en la situación dada, que de alguna forma nos amenaza y quiere robarnos la fe y la confianza.
A partir de estas consideraciones, se abre también el camino para una “terapia espiritual”. Hemos visto que el desaliento constituye una especie de tentación, que quiere confundir a nuestra alma. Además, debemos tener presente que ciertamente el Tentador se vale de este desaliento, lo intensifica y, en el peor de los casos, quiere servirse de él para llevarnos a la desesperación y a la rebelión contra Dios.
Por eso es necesario que inmediatamente ofrezcamos resistencia a todo pensamiento y sentimiento de desánimo, y que renovemos nuestra confianza en Dios. Esto sucede a través de la oración, la invocación del Espíritu Santo, la recepción consciente de los sacramentos, la meditación de los textos bíblicos que nos aseguran el omnipresente amor y la providencia de Dios; además de otros medios espirituales. También podría ser una gran ayuda hacer una renuncia a los poderes del Mal.
Todas estas medidas espirituales deben ir de la mano con una firme decisión de nuestra voluntad, de no dejarnos llevar por el desánimo y de considerarlo como lo que realmente es: una mentira, que se prolifera en cuanto le damos crédito.
La situación que nos es presentada por el desaliento, no corresponde a la realidad de nuestra fe. Mientras dure nuestra vida, no habrá ninguna situación sin salida, aunque parezca ser así. ¡Esto es lo que nos enseña la fe! Y a ella nos aferramos, y en la bondad y omnipotencia de Dios ponemos nuestra esperanza, aunque todo a nuestro alrededor parezca oscuro.
Después de que el Pueblo se arrepintió y oró a Dios, Él les dio la solución: todo el que mirase a la serpiente de bronce, quedaría con vida.
Como sabemos, esta serpiente elevada en un mástil prefiguraba a nuestro Señor Crucificado, quien llama al Reino del Padre a todos los hombres, por más desesperada que parezca su situación. Él desenreda la vida de las personas, hasta que puedan vivir en la luz de Dios y estar con Él en la eternidad.