Mc 6,45-52
Después que se saciaron los cinco mil hombres, enseguida mandó Jesús a sus discípulos que subieran a la barca y que se adelantaran a la otra orilla junto a Betsaida, mientras él despedía a la multitud. Y después de despedirlos, se retiró al monte a orar. Cuando se hizo de noche, la barca estaba en medio del mar, y él solo en tierra. Y viéndoles remar con gran fatiga, porque el viento les era contrario, hacia la cuarta vigilia de la noche vino a ellos andando sobre el mar, e hizo ademán de pasar de largo. Ellos, cuando lo vieron andando sobre el mar, pensaron que era un fantasma y empezaron a gritar. Pues todos le habían visto y se habían asustado. Pero al instante él habló con ellos, y les dijo: «Tened confianza, soy yo, no tengáis miedo.» Y subió con ellos a la barca y se calmó el viento. Entonces se quedaron mucho más asombrados; porque no habían entendido lo de los panes, ya que su corazón estaba endurecido.
Del evangelio de este día, queremos extraer tres conceptos para meditarlos más detalladamente, pues este pasaje se presta para contemplarlo en su dimensión alegórica.
En primer lugar, queremos hablar del “viento contrario”, que puede sobrevenir en el camino de seguimiento de Cristo. De hecho, este viento contrario puede ser una señal certera de que uno se encuentra en el camino correcto. ¿Acaso podría ser de otra forma, siendo así que la Luz vino a las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron (cf. Jn 1,5)? Él “estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por Él, pero el mundo no lo conoció. Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron” (Jn 1,10-11).
Si el anuncio del evangelio ya no se choca con resistencias, con vientos contrarios; si la Iglesia y sus representantes se convirtiesen en favoritos de la prensa y del mundo; si la doctrina católica ya no corrige al espíritu del mundo… todo esto indicaría que algo no anda bien, o que nos encontramos en un paraíso sin serpientes…
¡Jesús está consciente de los vientos contrarios que acechan a los Suyos, y, como nos muestra este pasaje bíblico, Él no pierde de vista a sus discípulos! ¡Él ve sus angustias! El Señor está con ellos, pero no interviene inmediatamente.
¡Y es que Él quiere la confianza! Aquí es donde viene el segundo concepto… El Señor quiere que sus discípulos apliquen en fe todo lo que han visto y experimentado estando junto a Él. Ha de ser una realidad concreta que viva en ellos, para que en toda situación, y particularmente cuando haya viento contrario, sepan confiar en el Señor.
Esta lección no es exclusiva para los discípulos de aquel entonces, sino que lo es también para nosotros. ¡Con cuánta facilidad entramos en pánico cuando hay viento contrario, cuando somos atacados o calumniados, cuando de repente las personas se ponen en contra de nosotros, o cuando aparecen circunstancias que parecen amenazarnos! Precisamente ahí es cuando el Señor nos llama a confiar: cuando no tenemos una solución a la mano, cuando no podemos abandonarnos en nuestras propias fuerzas, cuando todo nos sobrepasa…
¡Recordemos cuántas veces el Señor nos ha salvado, cómo ha venido una y otra vez a nuestro auxilio, para sacarnos de aquella situación, así como lo hizo con los discípulos en el pasaje que hoy hemos escuchado! “Y se calmó el viento…”
Pero hay un tercer concepto que debemos considerar… La falta de fe y de confianza es señal de que el corazón está endurecido, como nos muestra el final del pasaje que hemos escuchado. En el corazón de los discípulos no se ha arraigado aún el mensaje de la multiplicación de los panes. Ellos no han comprendido lo que el Señor quiso decirles a través de este milagro, en el que los invitaba a confiar por completo y a enfrentar toda situación posterior a partir de esta confianza.
En efecto es así: cuando no aprovechamos las tantas situaciones que el Señor nos da para profundizar la fe, al corazón se le va haciendo cada vez más difícil creer y confiar. Entonces, la próxima situación que se presente no podrá ser superada en esa fe creciente, ni tampoco se profundizará esta fe; sino que se van acumulando las ocasiones desaprovechadas y el corazón puede volverse indiferente y embotado…
Por eso conviene que saquemos las enseñanzas del evangelio de este día, y le pidamos al Señor que fortalezca nuestra fe, además de dar pasos concretos y hacer actos de confianza. Esto sucede también con nuestra voluntad, al decirle al Señor, cuando nos encontremos en la próxima situación inquietante: “Señor, yo quiero confiar en Ti; yo confío en Ti!” Él nos ayudará…