EL VERDADERO ROSTRO DE DIOS

“Para esto se manifestó el Hijo de Dios: para destruir las obras del diablo” (1Jn 3,8).

Una de las obras más perversas de los ángeles caídos consiste en distorsionar la imagen de Dios, nuestro Padre. Ya en el Paraíso la serpiente cuestionó las buenas intenciones de Dios:

“¿Cómo os ha dicho Dios que no comáis de ninguno de los árboles del jardín?”  Y entonces le mintió a Eva, que inicialmente quería atenerse a la Palabra del Señor y no comer del árbol prohibido: “De ninguna manera moriréis. Es que Dios sabe muy bien que el día en que comáis de él se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal” (Gen 3,1.4-5).

Aquí ya podemos ver el esquema de cómo el demonio quiere destruir la amorosa confianza entre Dios y el hombre: por medio de la mentira, insinuando que Dios tiene malas intenciones y priva al hombre de algo que sería importante para él.

Esta actitud de sospecha ha calado hondo en las almas, distorsionando la imagen de Dios en ellas. A esto se suma un miedo totalmente injustificado a Dios, de modo que nos resulta difícil entregar toda nuestra vida a sus manos amorosas.

Pero, ¿qué nos dice Jesús a través de su venida al mundo y de sus palabras?

“Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16).

“Mirad las aves del cielo: no siembran, ni siegan (…) y vuestro Padre celestial las alimenta” (Mt 6,26).

“Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se os añadirán” (Mt 6,33).

“En la casa de mi Padre hay muchas moradas” (Jn 14,2).

“Bien sabe vuestro Padre celestial que de todo eso estáis necesitados” (Mt 6,32).

“Del mismo modo, no es voluntad de vuestro Padre que está en los cielos que se pierda ni uno solo de estos pequeños” (Mt 18,14).

“Jerusalén, Jerusalén (…), ¡cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus polluelos bajo las alas!” (Mt 23,37).

Miremos simplemente al Señor, que nos dice: “El que me ve a mí, ve al Padre” (Jn 14,9). Entonces se disipan todos los engaños del diablo y el verdadero rostro del Padre resplandece en su Hijo.