«Es cierto que honráis con todo el fervor el Reinado de mi Hijo Jesús, y en Él me honráis a mí» (Mensaje de Dios Padre a Sor Eugenia Ravasio).
Estoy redactando esta meditación en la Fiesta de Cristo Rey, que en el calendario tradicional se celebra el último domingo de octubre. Con cálidas palabras, nuestro Padre celestial nos invita a celebrar esta fiesta, que también tiene un carácter expiatorio: reparar las ofensas y burlas al Hijo de Dios, que vino a establecer el Reino de Dios en la Tierra.
Sabemos cómo lo trataron. Nuestro Padre también lo sabía, y aun así no dudó en enviar a su Hijo al mundo. Con ello, nos reveló su Corazón, que anhela que el hombre retorne a Él y no permanezca para siempre separado de Él a causa de su culpa. El Padre del Rey ha emprendido esta obra de amor y, al honrar a nuestro Rey, honramos al que lo envió. Todo lo que hagamos por amor a Jesús, cada palabra, cada gesto, da testimonio del Padre, especialmente cuando anunciamos con fervor su Reinado a través de nuestra vida.
Con cuánta sabiduría nuestro Padre ha dispuesto el orden para todas sus criaturas racionales: solo Él, el Dios amor, es nuestro Rey común. Todos estamos llamados a doblar las rodillas y proclamar: «Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre» (Fil 2,11). Las criaturas irracionales, por su parte, han sido sometidas al ser humano.
Si aceptamos y respetamos este orden, nos conducirá a la libertad plena. De este orden también se deriva la obediencia a las autoridades humanas, ya que toda verdadera autoridad procede de Dios, y solo podemos someternos a ellas mientras no exijan nada que vaya en contra de nuestro verdadero Rey.
Así pues, la solemnidad de Cristo Rey no es solo una bonita fiesta intraeclesial, sino que se trata de la veneración pública del Hijo de Dios y, por tanto, también del homenaje público al Padre.
