«No busquéis consuelo en las personas. ¿Qué consuelo podrían daros? Id al sagrario y derramad allí vuestro corazón. Ahí encontraréis consuelo» (Santo Padre Pío).
¿Dónde buscamos consuelo? Con frecuencia, en las personas; a veces, también en los bienes materiales o en criaturas irracionales. Sin embargo, una y otra vez experimentamos que no recibimos un verdadero consuelo, pues este solo puede provenir del Espíritu Santo. Si acudimos al Señor, ¿nos negará Él su consuelo?
El Señor nos espera en el sagrario. Siempre está dispuesto a darnos lo que realmente nos ayuda. Quizá no siempre se resuelva de inmediato todo el problema que le presentamos, pero nos dará la fuerza para afrontarlo sin que nos engulla o para dar simplemente el próximo paso.
Pero, ¿cuándo acudimos realmente a Él? ¿No recurrimos antes a todo tipo de opciones para encontrar la paz interior? Sin embargo, ¿quién podría dárnosla? Por muy buenas y sinceras que sean las personas, nunca conocerán nuestra alma con la profundidad con la que solo el Creador puede hacerlo.
Jesús, escondido en el sagrario, conoce bien nuestra alma. Le encanta que le confiemos lo que llevamos dentro. No le resulta molesto que le mostremos nuestra frecuente impotencia y le pidamos ayuda. De hecho, esto puede servirnos para crecer en humildad y entonces sabremos con certeza que fue Él quien nos ayudó. ¡Y ojalá no lo olvidemos nunca más!
Más allá de la ayuda concreta, el alma percibirá cuánto bien le hace la presencia eucarística del Señor y despertará en ella el anhelo de permanecer con mayor frecuencia junto a Él. Entonces ya no acudiremos a Él solo cuando tengamos una necesidad concreta, sino que, al crecer el amor, entraremos en una relación más íntima con el Señor que nos espera en el sagrario.
Sigamos el consejo del Padre Pío, y veremos que el Señor nos dará el consuelo que solo Él puede dar.
