“Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra” (Jn 4,34).
La palabra de Nuestro Señor es una clara guía para nosotros. Hacer la Voluntad del Padre no sólo es el alimento para Jesús, sino para todos nosotros. Sólo este alimento nos sacia de verdad, porque nos introduce en el sentido primordial de nuestra existencia.
Por su Voluntad, el Padre nos llamó a la vida, nos redimió y nos llevará a la plenitud. Estos sencillos hechos nos dan la luz para vivir de acuerdo a la verdad de Dios.
La Voluntad de nuestro Padre Celestial es amor puro. ¿Podría acaso nuestro Padre, que además desea ser nuestro amigo y confidente, querer algo para nosotros que no sea para nuestro bien? Él mismo es el amor (1Jn 4,8), y todo procede de esta fuente, y nada puede contaminarla. De ella nos viene la vida, pues el amor alimenta todos los ámbitos de nuestra existencia.
En el seguimiento de Jesús, también nosotros estamos invitados a cooperar conscientemente en que la obra del Padre sea llevada a cabo. Si día a día procuramos de todo corazón hacer la Voluntad del Padre, nos convertimos en instrumentos de su amor.
Y si nuestras palabras y nuestro testimonio son acordes a la Voluntad de Dios, pueden incluso convertirse en alimento para otras personas. Ellas podrán saborear la bondad y la sabiduría de Dios, y se pondrán en camino para hallar el único alimento que puede saciarlas de verdad.
“Aquí estoy -como está escrito en mi libro- para hacer tu voluntad. Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas” (Sal 39,8-9) –así exclama el rey David, invitándonos a que también nosotros encontremos nuestro deleite en la Voluntad de Dios y en buscar su ley.
¿Quién de nosotros desdeñaría un buen alimento? Si aun en nuestra realidad terrenal la comida nos deleita y el vino alegra nuestro corazón (cf. Sal 103,15), ¡cuánto más lo hará el alimento que dura para la vida eterna! Nuestro Padre ha preparado para nosotros tanto lo uno como lo otro.
Él quiere que vivamos, y si cumplimos su Voluntad tendremos vida en abundancia. “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10) –así nos dice el divino Redentor. ¡Y así es!