“Vuestra medida no son las sombras; sino el fuego de mi amor” (Palabra interior).
Si, como discípulos del Señor, estamos atentos a los signos de los tiempos, no se nos habrá escapado el hecho de que las sombras en la tierra están aumentando. Parecería que los poderes de las tinieblas intentan con todos los medios posibles apoderarse del mundo y subyugar a los hombres.
Sin embargo, nuestro Padre no quiere que quedemos como paralizados en vista de las maquinaciones de las tinieblas, ni que estemos constantemente pendientes de sus planes inicuos. Las tinieblas y sus dominadores ya han sido derrotados, aunque la victoria del Señor todavía debe extenderse por toda la tierra. Nuestro Padre nos invita a vivir en esta consciencia de que estamos del lado vencedor. Es el triunfo de la luz sobre la oscuridad, de la verdad sobre el error, de la pureza de corazón sobre toda maldad. Como católicos también podemos decir: Es el triunfo del Inmaculado Corazón de María.
Nuestro Padre nos llama a centrar nuestra mirada en esta victoria del amor y a percibir cómo el fuego de su amor desgarra una y otra vez la noche oscura y frustra los ataques del mal. En esto debemos enfocar nuestra atención y tomarlo como nuestra medida.
Si nos fijamos en este triunfo del amor –y lo descubriremos siempre y por doquier–, si nuestros ojos se abren y empezamos a vivir en esta victoria del amor y de la luz, entonces también nosotros ahuyentaremos la oscuridad.
Esto se vuelve posible cuando nuestra mirada permanece imperturbablemente fija en el Señor, así como Jesús hacía todo con la mirada puesta en el Padre. En el fuego del amor de Dios radica la clave para no sucumbir al delirio de las tinieblas y contrarrestar con armas espirituales sus intentos de intimidarnos.