EL TIMÓN DE LA JORNADA

 

“La primera hora de la mañana es el timón de la jornada” (San Agustín).

Es una gran sabiduría pensar en nuestro Padre en cuanto despertamos y dedicar nuestros primeros pensamientos a alabarle y agradecerle. Esto no siempre es tan fácil, porque a veces traemos todavía la agitación de nuestros sueños, o ciertos pensamientos y sentimientos se precipitan y quieren dominarnos inmediatamente, o el sueño no quiere soltarnos enseguida.

Por eso, es prudente establecer como norma y disciplinarse para que nuestros primeros pensamientos y palabras del día pertenezcan a Dios, ya sean oraciones concretas o un diálogo íntimo con el Señor. Un rabino me dijo que era costumbre de los judíos practicantes pronunciar determinadas oraciones después de despertarse.

Si las circunstancias lo permiten, lo mejor para garantizar la fecundidad de nuestra jornada sería dedicar la primera hora de la mañana enteramente al Señor. ¡Hay que ser celosos con ese tiempo!

Nunca puede ser más certero el proverbio “al que madruga Dios le ayuda” que cuando le regalamos a nuestro Padre Celestial la “hora virgen” de nuestra jornada, entregándole conscientemente las riendas de ese día. Si le pedimos al Espíritu Santo que nos guíe sutilmente, que nos fortalezca y nos corrija con su bondad cuando perdamos el hilo o ya no lo sigamos debidamente, Él nos ayudará mucho a hacer lo que más convenga para nuestra vida espiritual, conforme al principio de la prudencia cristiana.

Así, nuestra jornada tendrá un claro norte. ¡Que se vuelva fructífera para el Reino de Dios! A nuestro Padre le agradará mucho que la empecemos así.