EL TEMPLO INTERIOR

 

“Haré de tu corazón el trono de mi gloria y de mi misericordia” (Palabra interior).

Si le entregamos nuestro corazón al Padre Celestial, Él no descansará hasta haberlo convertido en un maravilloso templo interior adornado con todo tipo de piedras preciosas. Estas son las virtudes teologales y los dones del Espíritu Santo que se van desplegando en nosotros. De este modo, nuestro Padre se glorifica en nosotros, porque al adoptar sus rasgos y reflejar su ser, nos vamos convirtiendo en «otros Cristos», como se decía de San Francisco de Asís.

Un mar de misericordia divina inundará nuestro corazón y no permitirá que se endurezca, porque nuestro amoroso Padre ha tomado posesión de nosotros con su amor y su corazón ha empezado a latir en el nuestro. Nuestro retorcido corazón no querrá sustraerse ya a la purificación que el amor de Dios opera en él, sino que cooperará en este proceso. Una vez que el amor ha despertado en él, intentará no obstaculizar de modo alguno la obra de la misericordia divina.

Y si permitimos que nuestro Padre nos moldee enteramente según su voluntad, Él podrá incluirnos cada vez más en sus planes de salvación para toda la humanidad. Nos hará buscar e identificar corazones dispuestos a ofrecerse al Padre Celestial como morada. De este modo, nuestro Padre va edificando su «Iglesia interior», que puede perdurar y crecer incluso cuando la «Iglesia exterior» se vea amenazada u ocupada por poderes hostiles.

Si nuestros corazones están llenos y transformados por la gracia de Dios, la misericordia divina podrá llegar a cada vez más personas, que también se convertirán en mensajeras de su amor paternal y de la verdadera paz.