EL SEÑOR ES CLEMENTE Y MISERICORDIOSO

“El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad.”
(Sal 144,8)

La clemencia de nuestro Padre Celestial nos envuelve siempre, como una constante invitación a abrirnos a su amor. Toca siempre a la puerta de nuestro corazón, pidiendo ser recibida como un huésped delicado, querido y bienvenido. Si le abrimos las puertas, ella entrará y se establecerá en nuestro corazón, convirtiéndolo en un trono de la gracia de Dios. Entonces su gracia empieza a guiarnos y modela todo en nosotros conforme a la sabiduría de la Voluntad Divina.

Si tú, amado Padre, moras en nosotros con tu clemencia, podemos comprender más profundamente tu infinita misericordia para con nosotros, los hombres. Ella te mueve a salir en busca de cada persona, a mostrarle tu Corazón lleno de amor y a salvarla de su extravío. Si no fueras misericordioso, ¿quién podría resistir ante ti? (cf. Sal 129,3).

Tu misericordia es la salvación para los pecadores y la esperanza para aquellos que “viven en tinieblas y en sombra de muerte” (Lc 1,79). Cuando nos sabemos cobijados por tu misericordia y comprendemos mejor esta infinita bondad de tu Corazón, crece en nosotros la certeza y la confianza de que muchas almas pueden todavía salvarse, sencillamente porque tú eres como eres.

Puesto que eres “lento a la cólera”, eres capaz de esperar hasta el último momento por nosotros, los hombres. Esta longanimidad es una expresión radiante de tu amor, que no nos abandona a nuestro propio destino cuando andamos por caminos equivocados. Incluso entonces sigues envolviéndonos con tu bondad, y nunca cesas de cortejar a tus hijos, mientras puedan seguir correspondiendo a tu amor.

Clemencia, misericordia, longanimidad y piedad… Todos estos atributos los encontramos en abundancia en ti, y tú jamás te negarás a ti mismo. ¡Esta es nuestra salvación y constante alegría!