EL SEÑOR CORRIGE A QUIEN AMA 

“El Señor reprende a quien ama, como un padre a su hijo amado” (Prov 3,12).

Nuestro Padre no sólo nos rodea con su amor cálido, tierno y providente, que nos confiere la seguridad en nuestra existencia; sino que, movido por este mismo amor, también nos reprende y corrige, mostrándose así como nuestro Padre, que nos ama como a hijos.

Una vez que hemos entrado en razón, Él sigue moldeándonos a su imagen con gran paciencia y perseverancia. Si todavía no entramos en razón, nuestro Padre nos permitirá sentir las consecuencias de nuestro mal actuar para que despertemos, dejemos atrás los caminos equivocados y nos volvamos a Él.

Precisamente sus reprensiones son expresión de su amor paternal, que nos hará crecer y madurar si las aceptamos de buen grado. Nuestro Padre quiere prepararnos para asumir plenamente la responsabilidad de nuestra existencia y de nuestra vocación como hijos de Dios. ¿No es una gran bendición encontrarse con personas que ya han recorrido un proceso de formación en la escuela de nuestro Padre y cuyos frutos ya pueden verse?

Ciertamente seguiremos siendo siempre los hijos amados del Padre, pero ¿acaso no es un honor vivir esta relación filial como personas adultas, que no sólo quieren disfrutar la “leche del Evangelio” (1Cor 3,2), sino que el Señor también pueda confiarles la cruz del Evangelio sabiendo que la cargarán con dignidad?

Nuestro Padre nos moldea a imagen de su amado Hijo. Si se lo permitimos, traslucirá en nuestra vida el olor de Cristo. Y si le hemos prometido a nuestro Padre que queremos servirle con total entrega y sin condiciones, entonces Él nos reprenderá y nos corregirá muy sutilmente, haciéndonos notar incluso las más pequeñas faltas de amor y llamándonos a amar más.

¡Así es nuestro Padre!