Fil 4,4-9
Lectura correspondiente a la memoria de San Felipe Neri
Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad siempre alegres. Y que todos conozcan vuestra clemencia. El Señor está cerca. No os inquietéis por cosa alguna; antes bien, en toda ocasión, presentad a Dios vuestras peticiones, mediante la oración y la súplica, acompañadas de la acción de gracias. Y la paz de Dios, que supera toda inteligencia, custodiará vuestros corazones y vuestras mentes en Cristo Jesús.
Por lo demás, hermanos, todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable y de honorable; todo cuanto sea virtud o valor, tenedlo en aprecio. Poned por obra todo cuanto habéis aprendido y recibido y oído y visto en mí, y el Dios de la paz estará con vosotros.
Hoy nos fijaremos en el santo a quien conmemoramos en este día: San Felipe Neri. La lectura que hemos escuchado es la que corresponde a su memoria.
Felipe Neri nació en 1515 en Florencia. A los 21 años llegó a Roma, donde vivió en extrema austeridad hasta el día de su muerte. Su vida fue la oración, el amor al prójimo, el cuidado pastoral, la penitencia… Su mayor preocupación era la renovación de Roma a nivel moral. En consonancia con su talante jovial, mantuvo conversaciones alegres e ingeniosas con niños de la calle y con personas sencillas, pero también con comerciantes y artistas, lo que le mereció el sobrenombre de “el santo sonriente”. Felipe Neri pasaba hasta 15 horas diarias en el confesionario, pues veía el cuidado pastoral personal como la clave para una nueva cristianización. Puesto que ya en vida era considerado como un santo, él hacía todo lo posible para no parecer santo. Así, aparecía a veces con la barba afeitada sólo hasta la mitad, o con un abrigo de piel en pleno verano, o con pantuflas rosadas… No hizo nada extraordinario, pero lo que hacía, lo hacía extraordinariamente bien, conforme a su propio lema: “Hacer lo ordinario extraordinariamente bien y mantenerse alegres en ello.”
En nuestra serie de meditaciones en preparación para Pentecostés, reflexionamos sobre la alegría como uno de los frutos del Espíritu Santo (https://www.youtube.com/watch?v=GHwkG2v8ArM). Se trata de aquel gozo que brota de la relación con Dios. Hay personas –y San Felipe Neri parece haber sido una de ellas– que por naturaleza traen una alegría de vivir. Y si este talante alegre es aprovechado y moldeado por el Espíritu Santo, y la persona cultiva una íntima relación con Dios y está “siempre alegre en el Señor” –como nos exhorta San Pablo al inicio de la lectura–, entonces podremos imaginarnos fácilmente a una figura como San Felipe Neri.
Este santo obtuvo una gran influencia sobre las personas y fue denominado “el segundo apóstol de Roma”. Su forma de ejercer la pastoral se orientaba en la vida práctica, y con humor señalaba los puntos débiles de las personas. San Felipe Neri consideraba que la negación de sí mismo que nos exige el Señor (cf. Mt 16,24) no consiste solamente en un estilo de vida ascético; sino también en que, como cristianos, no nos avergoncemos de exponernos al ridículo público, de hablar y actuar con autoironía, y practicar así la humildad.
¡Es una bendición conocer a los santos de nuestra Iglesia en su diversidad, y ver cómo Dios, en su infinita creatividad, se glorifica en ellos! No es atrayente un cristianismo sombrío, huraño y avinagrado, que ahogue de raíz toda alegría; pero tampoco lo es aquel otro cristianismo que se disfraza con una alegría artificial y que, por tanto, parece banal.
San Felipe Neri oraba sin desfallecer. Su íntima relación con Jesús le daba la fuerza para la gran obra que el Señor realizó por medio suyo. En 1548 fundó junto con su padre confesor la “Cofradía de la Santísima Trinidad”, una asociación de fieles laicos para atender a los peregrinos necesitados, a los enfermos y a los pobres. En 1552 fundó la “Congregación del Oratorio” para sacerdotes diocesanos, la cual fue aprobada por el Papa en 1575. Su misión consistía en que los sacerdotes trabajaran por la salvación de las almas a través de la oración diaria, los debates sobre temas espirituales y la incansable escucha de confesiones.
Detengámonos en dos aspectos de su vida:
- Su forma graciosa de hacer ver los puntos débiles con humor. Realmente es un modo muy bueno en la pastoral, porque le ayuda a la otra persona a darse cuenta de lo que tiene que mejorar, y a poder verlo con una cierta distancia emocional. Por lo general, las personas se turban cuando se les hace ver sus errores. Pero un humor apropiado logra tocar asuntos serios, invitando a la vez a que no se los tome “demasiado en serio”. Así, evita que la persona inmediatamente se sienta inferior o tratada injustamente. Incluso se puede hablar de un “humor amoroso”. Cuando la otra persona percibe que el amor está detrás, entonces el humor se convierte en un puente que le ayuda a disolver la tensión y el encierro en sí misma, de manera que en ocasiones pueda incluso reírse de sí misma.
- La auto-ironía. De hecho, cuando la persona que intenta ayudar a otros a avanzar en el camino espiritual cultiva también para sí misma la autoironía, entonces se vuelve aún más fácil para los otros aceptar sus sugerencias. Con la autoironía, les dará a entender a los demás que tampoco él es perfecto y que está bien consciente de sus propias faltas. Esto es muy útil en la guía espiritual, pero también en el propio camino de seguimiento. Una sana autoironía va de la mano con el conocimiento de sí mismo, que es tan importante; y, mientras no sea exagerada, logra que uno pueda tratar con sus propios defectos con una cierta “sonrisa de lástima”, pero a la vez vigilantemente. Esta actitud también repercutirá en el diálogo con Dios. Uno podrá abandonarse en Él más fácilmente y con más naturalidad, sabiendo bien cuánto nos ama y cuán paciente es con nosotros.
De este modo, entra en nuestro camino espiritual una soltura y distensión que, sin embargo, no lleva al descuido ante los retos del camino del seguimiento de Cristo.
Entonces, en la persona de San Felipe Neri, Dios nos hace ver amorosamente que la seriedad del seguimiento de Cristo sí que va de la mano con la alegría y la serenidad. Cuando estos elementos vienen juntos, representan una combinación muy fructífera, que puede atraer a otras personas a la fe.