EL SAGRARIO

“Hijos míos, no os describiré toda la magnitud de mi infinito amor, porque basta con abrir los Libros Sagrados, contemplar el Crucifijo, el Sagrario y el Santísimo Sacramento, para poder comprender hasta qué punto os he amado” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

Nuestro Padre no nos dejó huérfanos (cf. Jn 14,18) cuando su Hijo, después de haber resucitado, volvió a su derecha con toda su gloria. Jesús instituyó la Santa Eucaristía, y la Iglesia puede actualizar diariamente su sacrificio, en que Él se nos da a sí mismo como alimento.

Allí donde el Sacrificio de Cristo es celebrado con gran amor y reverencia, podemos palpar de forma especial su presencia en la Eucaristía como consuelo, como medio de santificación, como el “pan de los ángeles”, como viático en el camino hacia la eternidad, como prenda de su incesante amor y cuidado por nosotros.

El Señor permanece en el Sagrario por amor a nosotros, esperando que las personas acudan a Él para captar su presencia. Cuando entramos en una iglesia donde reina un santo silencio, todo el ambiente nos invita a permanecer frente al Sagrario y no nos atrevemos a perturbar ni aun en lo más mínimo este silencio.

Aquella lámpara que arde delante del Sagrario nos recuerda lo esencial que debemos hacer allí: reconocer su amor y permanecer junto al Señor como María, la hermana de Lázaro, que se sentaba a sus pies para escucharle (Lc 10,39).

Desde el Sagrario, el Señor habla suavemente a nuestro corazón. Su voz puede ser tan delicada que apenas la escuchamos. Pero nuestra alma la percibe y se ve atraída a volver una y otra vez al tabernáculo, para sabernos cobijados por su amor, para contemplarlo y encontrar allí el verdadero alimento, como un niño en brazos de su madre (cf. Sal 130,2).

El mundo, a menudo tan ruidoso, permanece fuera y el alma vislumbra un rayo de la eternidad. Aunque no deje de sufrir distracciones, ella sabe que en la eternidad estará para siempre con Dios. En aquellas horas que transcurre ante el Sagrario, se abren los ojos interiores del alma y entra en ella el sabor celestial del amor. ¡Todo esto lo ha preparado el Padre para nosotros!