“Todo el que es de la verdad escucha mi voz” (Jn 18,37).
Nuestro Padre Celestial ha sembrado profundamente en nuestro corazón el amor a la verdad. Aunque la humanidad haya incurrido en muchos extravíos, permanece en el fondo del alma el anhelo de Dios, quien es la Verdad misma, como nos dice Jesús con toda claridad (Jn 14,6).
Por esta razón, el hombre todavía puede despertar a la plenitud de la verdad, abandonar los caminos errados y seguir al Señor. Cuando hace esto y escucha el llamado del Padre, demuestra que él “es de la verdad”. Con la gracia de Dios, podrá entonces enraizarse cada vez más profundamente en la verdad y permanecerle fiel a pesar de todas las seducciones.
Para “todo el que es de la verdad”, las palabras de Jesús son el alimento cotidiano. Cada palabra suya que asimilemos y movamos en el corazón como María (cf. Lc 2,19), nos consolidará en la verdad y nos otorgará el sabor único de la verdad. Éste, a su vez, nos enseñará a distinguir muy bien las palabras de Jesús de aquellas otras que no tienen el sabor de la verdad. De este modo, se cumplen cada vez más las palabras del Señor de que los suyos escuchan su voz y no siguen a un falso pastor (cf. Jn 10,4-5).
Al estar enraizados en la verdad y al vivir de ella, se crea una maravillosa unidad con todos aquellos que también están en casa en la verdad. Esta unidad es un don infinitamente valioso que nuestro Padre nos concede y que se fortalece cada vez más en el seguimiento de su Hijo.
Al estar conscientes de esta gracia que nuestro Señor nos concede, nos veremos impelidos a interceder ante Dios por aquellos que aún no lo han reconocido, para que se dejen encontrar por el amor de nuestro Padre y puedan asumir el lugar que Dios les ha asignado en la comunión de los santos.