EL REY DE NUESTRO CORAZÓN

 “A Dios nadie lo ha visto jamás; el Dios Unigénito, el que está en el seno del Padre, él mismo lo dio a conocer” (Jn 1,18).

¿Cómo podremos agradecer lo suficiente a nuestro Padre por habérsenos revelado a través de su amado Hijo? Tendremos toda la eternidad para hacerlo, y nuestra gratitud nunca se extinguirá.

En el Mensaje a la Madre Eugenia, nuestro Padre Celestial dice:

“Fue por mi Voluntad que el Verbo se hizo carne y vino en medio de vosotros, para daros a conocer a Aquel que lo envió. Si me conocierais, me amaríais y amaríais también a mi Hijo predilecto más de lo que lo hacéis ahora.”

¡Hasta qué punto nuestro Padre Celestial se ha abajado a nosotros y se nos ha acercado! ¡Contemplemos tan solo la ternura del Nacimiento del Hijo de Dios!

¿Quién puede sustraerse al encanto de este Niño, que vino para darnos a conocer al Padre y redimir a los hombres? ¿Quién puede mirar a este Niño y no regalarle su corazón? ¿Quién puede cerrar los ojos a la belleza de esta presencia divina?

Más adelante, los discípulos lo verán a Él, al Invisible, con sus ojos físicos. Así, San Juan exclama lleno de asombro en su Evangelio:

“Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria como de Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1,14).

¡Hasta dónde llega el amor de nuestro Padre! Él trata de darse a entender a cada persona, y ¿cómo entenderlo mejor que cuando viene en medio de nosotros en la Persona de su Hijo hecho hombre?

Si buscamos al Niño en el Pesebre y le entregamos nuestro corazón, se lo regalamos a nuestro Padre con gran sencillez y humildad. ¡Dejemos que este Niño gobierne en nuestro corazón! ¡Nunca podremos sustraernos a su encanto! ¡Nunca querremos alejarnos de Él! ¡Que su amor derrita siempre la capa de hielo que rodea nuestro corazón y que nosotros le mostremos siempre nuestro amor! ¡Este Niño es el Rey de nuestro corazón!