«¡Elevaos todos a esta dignidad de hijos de Dios!» (Mensaje de Dios Padre a Sor Eugenia Ravasio).
La dignidad que el Padre nos otorga no la alcanzamos por nuestros propios esfuerzos. Es sencillamente un regalo de su bondad. En otro pasaje del Mensaje a Sor Eugenia, el Padre nos dice: “Fue Él [Jesús] quien vino a trazaros el camino a la perfección. A través de Él os adopté en mi amor infinito como verdaderos hijos, y, desde entonces, ya no os llamo por el simple nombre de ‘criaturas’; sino que os llamo ‘hijos’.”
Lo que nos corresponde es mostrarnos dignos de este regalo viviendo conforme a las directrices de nuestro Padre. Cada vez que lo hacemos, nos elevamos a la dignidad que nos ha conferido. Ésta no tiene nada que ver con la imagen que tal vez nosotros mismos u otras personas hemos creado de nuestra persona, por la que tengamos que esforzarnos para corroborarla. Antes bien, se trata de adquirir conciencia de nuestra verdadera dignidad y permitir que el Espíritu Santo nos moldee y nos convierta en lo que el Señor dispuso que fuéramos y para lo cual nos creó. Entonces vivimos como hijos de Dios y despertamos a nuestra verdadera dignidad, convirtiéndonos cada día más en causa de alegría para nuestro Padre y para los hombres.
¿Podemos imaginar cuánto se alegrará nuestro Padre Celestial al ver cómo la obra de su amor se despliega para su gloria y para la salvación de las almas?
A menudo no estamos conscientes de esta dignidad y ponemos nuestro enfoque en muchas otras cosas, perdiendo de vista al Padre y la percepción correcta de nosotros mismos. Las siguientes palabras del Padre pueden ayudarnos, pues Él nos da a entender: “Sí, sois hijos míos y debéis decirme que yo soy vuestro Padre. ¡Pero también debéis confiar en mí como hijos!”