EL REDENTOR DE LA HUMANIDAD

“Nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14,6).

¡Cuán importante es que nosotros, los cristianos, nunca relativicemos ni mucho menos neguemos esta afirmación! Son palabras que el Hijo de Dios pronunció por encargo de nuestro Padre Celestial y, por tanto, constituyen una invitación a toda la humanidad. Aquellos que piensan que se puede dejar de lado el sacrificio del Señor y creen que cada religión encontrará su propio camino hacia Dios se equivocan. Quien tenga este punto de visto, no ha entendido la fe cristiana, porque nuestro Padre quiere que vayamos a Él a través de su Hijo. Fue Él quien nos trazó el camino; más aún, se convirtió Él mismo en camino para nosotros.

Jesús no sólo nos trae la buena nueva del amor de nuestro Padre, sino que incluso nos introduce en este amor entre Él y el Padre Celestial. Su insuperable oración en el Evangelio de San Juan da testimonio de ello: “Padre, deseo que los que tú me has dado estén también conmigo allí donde yo esté, para que contemplen la gloria que me has dado antes de la creación del mundo” (Jn 17,24).

Y más adelante continúa: “Yo les he dado a conocer tu nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor que me has tenido esté en ellos, y yo en ellos” (v. 26).

No existe otro camino al Padre –ni mucho menos uno tan hermoso– como el que Dios mismo nos ha concedido. Cuanto más amemos y honremos a Jesús, tanto más amaremos al Padre. Y cuanto más amemos al Padre, tanto más amaremos y honraremos a Jesús.

Toda persona se encontrará con su Salvador después de la muerte, aunque en vida no lo haya conocido. Dios lo juzgará con misericordia y justicia. De ello podemos estar seguros y no necesitamos saber más.

Nuestra tarea es dar a conocer el amor de Dios que se nos ha revelado en Jesucristo, el Redentor de la humanidad. Si alguien –aunque fuese un ángel del cielo– pretendiese transmitir a los hombres un mensaje distinto, no le prestaremos oído.