EL PUEBLO RECHAZA A DIOS

“Allí [en la Tierra Prometida] quisiste guiarlos por medio de Jueces, pero ellos quisieron tener reyes, como los otros pueblos. Entonces Tú les diste reyes, pero frecuentemente hacían lo que Te disgustaba” (Himno de Alabanza a la Santísima Trinidad).

El drama en torno al Pueblo de Israel no había terminado. Después de la muerte de Josué, los israelitas se alejaron del Señor y sirvieron a los Baales. Siguieron a los dioses de los pueblos de alrededor (Jc 2,11-12). Como reprensión, el Señor los entregó en manos de salteadores y de los enemigos que los rodeaban (v. 14). En las guerras ya no salían victoriosos y cayeron en una gran miseria.

“Entonces el Señor suscitó jueces que los salvaron de la mano de los que los saqueaban. Pero tampoco a sus jueces los escuchaban” (v. 16-17a).

“Cuando el Señor les suscitaba jueces, el Señor estaba con el juez y los salvaba de la mano de sus enemigos mientras vivía el juez” (v. 18), porque nuestro Padre se compadecía de los israelitas. “Pero cuando moría el juez, volvían a corromperse más todavía que sus padres”, postrándose ante otros dioses (v. 19).

El último de los Jueces fue Samuel. Cuando se acercaba la hora de su muerte, instituyó a sus hijos como jueces. Sin embargo, todos los Ancianos de Israel le reclamaron: “Mira, tú te has hecho viejo y tus hijos no siguen tu camino. Pues bien, ponnos un rey para que nos juzgue, como todas las naciones” (1Sam 8,5).

A Samuel le disgustó esta petición, pero el Señor le respondió en la oración: “Haz caso a todo lo que el pueblo te dice. Porque no te han rechazado a ti, me han rechazado a mí, para que no reine sobre ellos” (v. 7).

Samuel les advirtió enérgicamente, exponiéndoles todo lo que un rey les exigiría. Pero el Pueblo no quiso escuchar.

Nuestro Padre, que quería guiar directamente a su Pueblo, nos da la interpretación correcta: fue a Él –con su amor y cuidado– a quien rechazaron. Y la consecuencia de ello fue que frecuentemente los reyes hacían lo que disgustaba al Señor.