“EL PRIMER MANDAMIENTO”

«Adorarás al Señor tu Dios, y le servirás» (Catecismo de la Iglesia Católica, II Sección, Art. 1).

El primer mandamiento, que en el Catecismo se resume en estos términos, implica la prohibición de adorar a otros dioses (cf. Éx 20,4-6).

Al adorar a Dios, tal y como nos exhorta el primer mandamiento, encontramos nuestro destino más profundo, así como al servirle con todo el corazón. En estas breves palabras se resume todo el sentido de nuestra existencia con una belleza sencilla y veraz. Al escuchar que estamos llamados a dar todo el honor y la gloria a nuestro Padre celestial y a poner nuestra vida entera a su servicio, nuestro corazón debería saltar de gozo.

¿Acaso puede existir algo más bello que esto? ¡Por supuesto que no! Y nuestro Padre, ¿se regocijará si lo hacemos? No solo eso, sino que nos promete la vida eterna en comunión con Él y con todos los que le pertenecen.

¿Qué nos impide experimentar esta dicha y que se vuelva natural en nuestra vida? Las razones son muchas, porque los «dioses extraños» —llamémoslos ídolos— quieren privarnos de esta dicha. En el Mensaje a Sor Eugenia, nuestro Padre señala que una de las razones es que a menudo los hombres tienen una imagen equivocada de Él e incluso le tienen miedo. Sin duda, es el enemigo del género humano quien siembra esto en ellos. Si se tiene una falsa imagen del Padre, resulta difícil acercarse confiadamente a Él. Los pensamientos e ideas equivocados, junto con los sentimientos correspondientes, dominan y tratan de bloquear el camino de la confianza.

Por eso es tan importante que aquellos que conocen, honran y aman al Padre Celestial reflejen en su vida la presencia de Aquel que exclama: «A vosotros, criaturas mías, a quienes amo como a mi Hijo Jesús —y Él y yo somos uno—, os digo como a Él: “Vosotros sois mis hijos amados”.»