Conoció el hombre a Eva, su mujer, la cual concibió y dio a luz a Caín, y dijo: “He adquirido un varón con el favor de Yahveh.” Volvió a dar a luz, y tuvo a Abel su hermano. Fue Abel pastor de ovejas y Caín labrador. Pasado algún tiempo, Caín hizo a Yahveh una oblación de los frutos del suelo. También Abel hizo una oblación de los primogénitos de su rebaño, y de la grasa de los mismos. Yahveh miró propicio a Abel y su oblación, mas no miró propicio a Caín y su oblación, por lo cual se irritó Caín en gran manera y se abatió su rostro.
Yahveh dijo a Caín: “¿Por qué andas irritado, y por qué se ha abatido tu rostro? ¿No es cierto que si obras bien podrás alzarlo? Mas, si no obras bien, a la puerta está el pecado acechando como fiera que te codicia, y a quien tienes que dominar.” Caín dijo a su hermano Abel: “Vamos afuera.” Y cuando estaban en el campo, se lanzó Caín contra su hermano Abel y lo mató.
Yahveh dijo a Caín: “¿Dónde está tu hermano Abel?” Contestó: “No sé. ¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?” Replicó Yahveh: “¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo. Pues bien: maldito seas, lejos de este suelo que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano. Aunque labres el suelo, no te dará más su fruto. Vagabundo y errante serás en la tierra.” Entonces dijo Caín a Yahveh: “Mi culpa es demasiado grande para soportarla. Es decir que hoy me echas de este suelo y he de esconderme de tu presencia, convertido en vagabundo errante por la tierra, y cualquiera que me encuentre me matará.” Respondióle Yahveh: “Al contrario, quienquiera que matare a Caín, lo pagará siete veces.” Y Yahveh puso una señal a Caín para que nadie que lo encontrase lo atacara.
Adán conoció otra vez a su mujer, y ella dio a luz un hijo, al que puso por nombre Set, diciendo: “Dios me ha otorgado otro descendiente en lugar de Abel, porque le mató Caín.”
“Si dos hacen lo mismo, no por ello es lo mismo” –decía el poeta romano Terencio aproximadamente 200 años antes de Cristo. ¡Este dicho atina muy bien a la historia de Caín y Abel! Dos hermanos presentan un sacrificio al Señor, pero solo a uno de ellos miró con agrado el Señor. Los versículos posteriores dan a entender por qué sucedió así. Caín, el hermano mayor, se irritó cuando se dio cuenta que el Señor no se había complacido en su oblación y andaba cabizbajo. Evidentemente había algo en su actitud que no estaba bien. Aunque lo que hacía exteriormente era lo mismo que lo que hacía su hermano menor Abel, lo que sucedía en su interior era muy distinto.
Recordemos, por ejemplo, la advertencia que Jesús dirigió a los fariseos y a los escribas: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que purificáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro están llenos de rapiña e intemperancia!” (Mt 23,25). También otras muchas partes de la Sagrada Escritura nos dan a notar cuán importante es para el Señor que nos encontremos con Él en la actitud correcta.
El rostro de Caín se abatió… Esto nos recuerda a la historia del Paraíso, cuando, después de haber pecado, la primera pareja humana se escondió de Dios; es decir, ya no podían encontrarse con Él libremente. Hubo algo que se interpuso entre Caín y Dios. Él recibió dos claras señales interiores, que debieron bastarle para darse cuenta de que algo no estaba bien: se irritó y se abatió su rostro. También para nosotros puede ser válido este criterio, especialmente el segundo: ¿somos capaces de “mirar a los ojos”, por así decir, a Dios y a las otras personas, o bajamos la mirada y se abate nuestro rostro? Si lo segundo fuese el caso, entonces deberíamos evaluar qué es lo que hay en nuestro corazón. ¿Acaso algo en mi vida no está en orden; hay algo que no concuerda con el querer de Dios? No será difícil descubrirlo, si se lo preguntamos a Dios con sinceridad. Ciertamente para hacerlo se requiere confianza, especialmente cuando ya tenemos la sospecha de que algo no anda bien.
Lo mismo cuenta también para el encuentro con el prójimo. Tal vez tenemos algo contra él en nuestro corazón, o hemos hablado o pensado mal de él, y no hemos corregido estas actitudes en nuestro interior. Entonces bajamos la mirada y se abate nuestro rostro…
Después leemos en el texto del Génesis las palabras que Dios le dirige a Caín para advertirlo: “¿No es cierto que si obras bien podrás alzar [el rostro]? Mas, si no obras bien, a la puerta está el pecado acechando como fiera que te codicia, y a quien tienes que dominar.” ¡Cuán precisa es esta advertencia e indicación que el Señor da a Caín! Domina sobre el pecado, vigila sobre tu actuar, pues el pecado acecha como fiera. Él te quiere tentar, pero tú puedes vencerlo.
En estas palabras, Dios nos da una indicación para nuestro camino con Él. ¡Se necesita vigilancia! No hemos de hacer nada que nos lleve a la penumbra, ni consentir pensamientos o sentimientos de ese carácter. Nuestro interior debe estar claro y siempre dispuesto a dejarse purificar más por el Señor. Conocemos bien la misericordia de Dios, de manera que no debemos tener reparo en llevar ante Él cada sombra que descubrimos en nuestro interior, sabiendo que Él es compasivo con nosotros.
También debemos saber que el demonio nos tiene “echado el ojo”, por así decir… más aún si estamos seriamente en el camino del Señor. Esto es lo que él más teme, pues entonces no solo nosotros nos salimos de sus manos; sino que además existe el riesgo de que le arrebatemos a otros más que aún están bajo su influencia.
Lamentablemente Caín no hace caso a la advertencia del Señor. Al contrario, su malicia llega a la madurez y se consuma en el crimen de sangre. ¡Satanás triunfa sobre él! Quizá fue él mismo quien le incitó a la terrible envidia hacia su hermano y Caín llevó a cabo el fratricidio. ¡Qué abismo tan profundo!
De acuerdo a lo que nos informa la Biblia, ya no solo estaba presente en el mundo la desobediencia del hombre con la consecuente pérdida del estado paradisíaco; sino que ahora se cosechan los amargos frutos del pecado: el fratricidio.
La historia de la desgracia iba de mal en peor, y nadie hubiera podido detenerla… ¡hasta que vino el Salvador!