EL PRECIO DEL AMOR

“La luz de Dios ahuyenta toda oscuridad, a tal punto que te dolerá el más mínimo pensamiento equivocado que tengas” (Palabra interior).

La luz del Señor no conoce oscuridad ni sombra alguna. Lo atraviesa todo. Esto debería suceder también en nuestra alma. Por fe, sabemos que sólo podremos entrar en la visión beatífica una vez que hayamos sido purificados aun de la más mínima mancha.

Si permitimos que el amor de nuestro Padre penetre profundamente en nosotros, la purificación de nuestra alma puede comenzar ya aquí, durante nuestra vida terrena, y llegar a ser muy sutil. En efecto, hemos recibido en el Bautismo los dones del Espíritu Santo. El don del temor de Dios nos mueve a evitar todo aquello que pudiese ofender a nuestro Padre. Así, nos volvemos muy atentos a lo que decimos y hacemos, tanto en relación con Dios como con el prójimo.

A medida que profundizamos en la escuela interior del Espíritu Santo, Él nos enseña a prestar cada vez más atención a nuestros pensamientos y a no darles simplemente rienda suelta. Éste es un primer paso indispensable, para volver a adquirir un cierto dominio sobre nosotros mismos y decidir a cuáles pensamientos damos cabida y a cuáles no.

Así, el amor nos hace cada vez más sensibles y delicados, y empieza a dolernos el hecho de que no siempre alabamos y glorificamos al Señor con nuestros pensamientos y no siempre avanzamos con sencillez y gratitud en nuestro camino.

Nuestro amor por el Señor se enciende cada vez más y lamentamos cada pensamiento malo que brota de nuestro corazón. Entonces se lo presentamos al Espíritu Santo, y nuestro Amigo Divino se encarga de ahuyentar o disipar estos pensamientos, y en lugar de ellos su luz encuentra cada vez más cabida en nuestro corazón.

Cuanto más nos llene el amor, tanto más nos dolerá hasta el más mínimo pensamiento torcido. ¡Ese es el precio del amor! Pero, en este camino, nos purificamos cada vez más, y nuestro Padre Celestial se complacerá sobremanera en ello.