“EL PERDÓN DE LOS PECADOS”  

«Te digo que no hay pecador tan malo como para que, si se convierte de verdad, yo no le perdone en ese mismo instante todas sus culpas e incline mi corazón hacia él con tanta gracia y dulzura como si nunca hubiera fallado» (Santa Matilde de Hackeborn).

Nunca podremos sumergirnos lo suficiente en el amor de Dios ni alabar debidamente su misericordia. Esta resplandece con mayor intensidad cuando tomamos conciencia de la gravedad del pecado, que nos separa de Dios si persistimos en él. Sin embargo, si nos arrepentimos, experimentamos la gracia y el amor del Señor, como Él mismo se lo aseguró a santa Matilde.

¡Que el pecado nunca más nos domine! Llevamos este deseo al Trono de la Misericordia. Incluso si nos damos cuenta de que, en el fondo, aún no aborrecemos lo suficiente el pecado, podemos hacer un acto de voluntad y pedirle al Señor que nos conceda un arrepentimiento sincero. Sin duda, nuestro Padre responderá con presteza a tal petición.

El amor de Dios no se deja detener, una vez que damos un paso sincero hacia Él. Recordemos la promesa del Padre en el Mensaje dirigido a la Madre Eugenia: Si lo invocamos una sola vez con el nombre de “Padre”, seremos salvados. Recordemos también a Nuestro Señor, que en la cruz perdonó a aquel ladrón que se volvió a él arrepentido (Lc 23, 40-43).

Con esta certeza, podemos recorrer confiadamente el camino de seguimiento de Cristo. Si asimilamos las siguientes palabras de la beata Zdenka Schelingová, éstas marcarán nuestra relación con nuestro Padre celestial:

«Mi camino es el amor y la confianza en Dios. Dios conoce mi debilidad, ¿por qué he de temer? El recuerdo de mis pecados me humilla, pero también me habla de amor y misericordia. Mis pecados quedan borrados al instante cuando los arrojo confiadamente al fuego del amor».

¡Así es nuestro Padre!