A nuestro Padre le encanta estar junto a nosotros, los hombres. Así lo expresa en el Mensaje a la Madre Eugenia:
“Concluid, oh hombres, que desde toda la eternidad he tenido un solo deseo: darme a conocer a los hombres y ser amado por ellos. ¡Deseo permanecer incesantemente junto a ellos!” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).
Desde la caída en el pecado, cuando el hombre perdió la relación familiar y confiada con Dios, el Padre no ha cesado de buscarlo. Su anhelo resuena en las primeras palabras que le dirigió a Adán tras haber sucumbido éste a la tentación: “¿Dónde estás?” (Gen 3,9). Una y otra vez repite esta pregunta, que podríamos prolongar en estos términos: “¿Es que ya no me conoces? ¿Acaso no sabes que te busco?”
En los tiempos del Antiguo Testamento, Dios habitaba en medio de su Pueblo a través del Arca de la Alianza:
“¿Por qué ordené a Moisés que construyera el Tabernáculo y el Arca de la Alianza, si no es porque tenía el ardiente deseo de venir a morar con mis criaturas, los hombres, como un Padre, un hermano y un amigo de confianza?” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).
Con la Encarnación de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, también el Padre vino a estar en medio de los hombres.
“Muéstranos al Padre” –le pide Felipe a Jesús (Jn 14,8), y éste le responde: “Quien me ve a mí, ve al Padre” (v. 9). Así, el Señor les da a entender a sus discípulos cuán cerca de nosotros ha venido el Padre en la Persona de su Hijo, para “buscar y salvar lo que estaba perdido” (Lc 19,10), para conducirnos de regreso a casa y concedernos la vida eterna.
Día tras día Dios nos busca y sale a nuestro encuentro. Siempre nos habla y nos da a entender cuánto nos ama: en su Palabra, en los santos sacramentos, poniendo su morada en nuestro corazón y de tantas otras maneras que su amor ha ingeniado…