EL PADRE NOS REGALA LO MÁS PRECIOSO

“¿Podría acaso dar un regalo más precioso a los hombres que a mi Hijo Unigénito?” (Palabra interior).

En estos días en que las así llamadas “Antífonas O” nos preparan para la Venida del Salvador, podemos echar una mirada profunda al Corazón de nuestro Padre. En efecto, fue Él quien nos envió a su Hijo, dándonos así lo que más ama y haciendo por nosotros lo máximo que podría haber hecho.

Tú, Amado Padre, nos envías a Aquel “en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia” (Col 2,3).

“A Dios nadie lo ha visto jamás; el Hijo Unigénito, el que está en el seno del Padre, él mismo lo dio a conocer” (Jn 1,18).

Desde toda la eternidad, Tú, oh Padre, preparaste este Día del amor para nosotros los hombres, esperando que llegara la plenitud de los tiempos (Gal 4,4). Querías que te reconociéramos en tu Hijo. Querías hacernos entender cuán cerca estás de nosotros y cuánto nos amas.

Sólo tu Hijo podía dárnoslo a conocer. Sólo Él podía revelarnos la plenitud de tu amor. Sólo en Él habita toda la gloria de tu ser.

¿Cómo podremos jamás agradecerte lo suficiente? ¡Las palabras se quedan cortas! Tú mismo tendrás que inspirarnos, pues ¿cómo podríamos abarcar aunque sea un ápice de tu gloria en nuestro pobre entendimiento?

Tú nos envías al Espíritu Santo para que nos ayude a asimilar lo que supera nuestra capacidad. Él clama estas palabras tan sanadoras para nosotros: “Abbá, amado Padre” (Gal 4,6). Estas sencillas palabras nos revelan desde dentro el misterio del amor, de modo que nos queda claro que el Padre envió a su Hijo y en Él nos dio la mayor prueba de su amor. ¡No puede haber amor más grande!

Si vivimos a profundidad el Adviento, este tiempo de tierna preparación para la Fiesta en que el Hijo vino a este mundo, sabremos que Él, Jesús, es la prenda del amor de nuestro Padre.