“EL PADRE MISMO OS AMA  PORQUE ME HABÉIS AMADO” 

“Ese día pediréis en mi nombre, y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, ya que el Padre mismo os ama, porque vosotros me habéis amado y habéis creído que yo salí de Dios” (Jn 16,26-27).

Jesús nos ha concedido un acceso directo a nuestro amado Padre, y nadie va al Padre sino a través de Él (Jn 14,6).

Si amamos de todo corazón a nuestro Señor, esa será la mayor alegría para nuestro Padre Celestial, pues para ello envió a su Hijo al mundo y, al amarlo, hacemos realidad lo que Él ha dispuesto para nosotros. ¡Así de sencillo!

Esta sencillez divina ha de modelar nuestra vida. Nuestro Padre no nos complica la vida ni nos la pone difícil, y en la eternidad experimentaremos sin restricción alguna esta sencillez del amor divino.

Sin embargo, hay personas a las que les resulta difícil creer, y las razones para ello no siempre son evidentes. A fin de cuentas, la fe es un don divino. Si pensamos no haberlo recibido y esto nos entristece, entonces Dios ya está obrando en nuestra alma, porque ella siente que algo le falta y quisiera alcanzarlo.

Si es así como nos sentimos, demos simplemente un paso y digamos: “Padre, quiero creer”; o bien: “Padre, quiero amar.”

Hagámoslo aun si no sentimos nada y estamos como embotados por dentro. En su infinita generosidad, nuestro Padre verá un acto tal como si ya creyéramos y amáramos. Y, en efecto, ya lo hacemos, aunque sea bajo la carga de nuestra existencia terrenal. Nuestra voluntad es aquí la potencia del amor.

En el Mensaje a la Madre Eugenia, el Padre nos dice que, aunque nos sintamos fríos e indiferentes, lo llamemos con el nombre de “Padre”. Simplemente hagámoslo, aunque no experimentemos sentimientos elevados al hacerlo. ¡Dios nos lo contará como mérito!

Si creemos en Jesús con nuestro corazón y nuestra voluntad, seremos una alegría para nuestro Padre Celestial.