«Si hubiera bastado con sacrificar a una sola de mis criaturas para expiar los pecados de los otros hombres, por medio de una vida y muerte semejante a la de mi Hijo, hubiera titubeado. ¿Por qué? Porque habría traicionado mi amor, haciendo sufrir a una creatura que amo, en lugar de sufrir yo mismo en mi Hijo. ¡Nunca hubiese querido hacer sufrir de esta manera a mis hijos!» (Mensaje de Dios Padre a Sor Eugenia Ravasio).
Podemos encontrar un reflejo de este amor en una buena madre que está dispuesta a entregar su vida con tal de proteger la de sus hijos. La Sagrada Escritura nos ofrece la maravillosa imagen de un pastor que da su vida por sus ovejas, una parábola que se hizo realidad sin igual en nuestro Señor Jesucristo y en muchos de sus seguidores. Incluso en el mundo animal podemos encontrar especies en las que las madres sirven desinteresada y sacrificadamente a sus crías.
La fuente de un amor tan heroico brota del Corazón del Padre, que decidió sufrir Él mismo en la Pasión y Muerte de su Hijo para redimirnos. Él mismo ofreció el sacrificio necesario para nuestra redención. Y en su Creación sembró este mismo amor, capaz de superar hasta ese punto el amor propio. Al descubrir tales actos de amor supremo en las criaturas, se nos recuerda el amor del Padre. También en los profetas, que a menudo sufrieron persecución, humillación y muerte por causa de la misión que Dios les había encomendado, resplandece el amor del Padre, que los hizo capaces de sobrellevarlo.
Nuestro Padre jamás traiciona su amor por nosotros, pase lo que pase. Siempre lo mantiene en pie. Solo nosotros podemos rechazarlo, lo que supone un gran sufrimiento para Él.
Su amor, sin embargo, estaba y sigue estando tan dispuesto a sufrir que sigue al hombre en todos sus abismos, a pesar de que éste lo olvide y lo ofenda incontables veces. ¡Así es nuestro Padre!