EL PADRE ENJUGARÁ TODA LÁGRIMA 

“[Dios] enjugará toda lágrima de sus ojos” (Ap 21,4a).

Es sabio no fijarnos sólo en el breve tiempo de nuestra vida terrena, sino considerarnos como peregrinos hacia nuestro hogar eterno.  Debemos cobrar consciencia de ello especialmente cuando nuestro Padre permite que nos sobrevengan sufrimientos, que tal vez tengamos que soportar durante un buen tiempo o incluso hasta el final de nuestra vida. En su bondad, Dios nos dará la fuerza para sobrellevarlos, e incluso podemos hacerlos fructíferos para la salvación de las almas si los aceptamos y los ofrecemos al Señor como sacrificio. ¡Cuánto fruto puede surgir cuando se carga una cruz de esta manera! ¡Y qué consuelo es para nosotros saber que toda nuestra vida y nuestras pesadas cruces pueden tornarse fructíferas!

Pero también nos ayuda elevar la mirada a la eternidad. Allí el Señor enjugará toda lágrima de nuestros ojos. Cuando lleguemos para siempre a la gloria del cielo, donde “no habrá ya muerte, ni llanto, ni gritos, ni fatigas” (Ap 21,4b), nuestro Padre nos recompensará por todo. Esto es lo que nos ha prometido, y así será.

¡Qué gloria nos espera después de este tiempo en la Tierra! Si levantamos el corazón y confiamos en nuestro Padre, obtendremos consuelo y aliento de sus promesas. Ya aquí en la Tierra el Padre está muy cerca de nosotros y nos invita a cargar su suave yugo (cf. Mt 11,30). ¡Cuánto más podrá colmarnos de su amor cuando hayamos llegado a la eternidad!

La alegría en la espera del cumplimiento de las promesas de Dios para la eternidad puede acompañarnos a lo largo de nuestra vida cotidiana en la Tierra, si elevamos una y otra vez la mirada a nuestro Padre y movemos en nuestro corazón estas palabras:

“El Padre enjugará toda lágrima de nuestros ojos.”

Entonces, ¡sigamos adelante! ¡Dios todo lo hará bien!