EL PADRE DA A TODOS ABUNDANTEMENTE

«Si alguno de vosotros carece de sabiduría, que la pida a Dios -que da a todos abundantemente y sin echarlo en cara-, y se la concederá» (St 1,5). 

Nadie debe afligirse por carecer de una sabiduría especial. Sabemos que Dios distribuye sus dones según su voluntad (1 Cor 12,11) y no debemos olvidar que la mayor sabiduría consiste en guardar los mandamientos de Dios y seguir a Jesucristo. Si lo hacemos, poseemos mucha más sabiduría que quien acumula toda la ciencia del mundo, pero no conoce ni obedece lo esencial.

Sin embargo, no debemos conformarnos con ello, sino que podemos acudir confiadamente a nuestro Padre celestial y pedirle que aumente nuestra sabiduría. A Él le encanta que le confesemos con humildad nuestras carencias y se deleita en colmarnos con la abundancia de su amoroso corazón. Para nuestro Padre es una gran alegría dar, ¡y cuánto quisiera derramar sobre todas las personas los maravillosos dones que brotan de la riqueza de su corazón!

Si abrimos los ojos y no pasamos por alto su gracia, veremos que eso es lo que hace todo el tiempo. Una buena petición que podemos dirigir a nuestro Padre celestial, así como a la Virgen María, es que nos ayuden a ver y apreciar lo que Él nos da día tras día. Si lo hacemos, nuestros ojos se abrirán cada vez más, nos volveremos más agradecidos y estaremos más íntimamente unidos al corazón de nuestro Padre. Esta creciente gratitud nos hará sabios, pues nos llevará a atribuir todo a su causa última: Dios mismo. ¡Eso ya es una gran sabiduría!

Nuestro Padre siempre está esperando que nos dirijamos a Él, porque no desea otra cosa que derramar su bondad paternal sobre todos los hombres. ¡Nadie debe sentirse demasiado insignificante! Solo tenemos que acudir a Él y siempre seremos bienvenidos si nos acercamos con sinceridad. ¡Qué reconfortante es saber que nuestro Padre y Creador nos ama! Gracias a esta certeza, podemos abandonarnos por completo, confiar y recorrer con seguridad el camino de la vida.