EL ORDEN CORRECTO

“Quien quiera que Dios le escuche, que escuche primero a Dios” (San Agustín).

Por mucho que Dios nos hable, no llegaremos a entenderlo si no aprendemos a identificar su voz, si no asimilamos su Palabra y la ponemos en práctica. Es el Espíritu Santo quien nos recuerda todo lo que Jesús dijo e hizo (Jn 14,26), pero solo puede hacerlo si estamos dispuestos a escuchar al Señor y le prestamos atención. Es decir, es necesaria la disposición correcta de nuestra parte.

Si escuchamos al Señor —y, sin duda, San Agustín se refiere a tener el corazón abierto hacia nuestro Padre y a estar prestos a seguir su Palabra—, entonces entramos en una relación de otro nivel con Dios. Esto repercutirá también en nuestras oraciones, que estarán cada vez más marcadas por la naturalidad de la confianza en el Padre Celestial. Sabemos que para nuestro Padre es una alegría escucharlas, porque ha entablado una relación de amor más profunda con nosotros y quiere colmar a sus hijos con todas las gracias que ha dispuesto para ellos. Si nosotros, ayudados por su gracia, cumplimos las condiciones necesarias, entonces esto puede suceder sin impedimentos.

Ciertamente, Dios escucha las oraciones de los hombres, aun cuando no han entrado aún en esa íntima relación de amor con Él. Al experimentar cómo el Padre responde a su plegaria, la persona que pide ha de sentir la bondad de Dios y sacar las conclusiones correctas, creciendo en gratitud y enfocando así su vida aún más en Él.

Pero siguen siendo incuestionables las palabras de San Agustín: “Quien quiera que Dios le escuche, que escuche primero a Dios.”