En primera instancia, un cordial saludo a Latinoamérica en la Fiesta de nuestra amada Virgen de Guadalupe. En estos días de tribulación mundial, estamos particularmente necesitados de Ella, y nos es un gran consuelo saber que Ella aplastará la cabeza de la serpiente (cf. Gen 3,15).
Ahora, culminando ya la segunda semana de Adviento, volvamos a mencionar los puntos esenciales de las meditaciones de los últimos días, que han de servirnos como recomendaciones para profundizar la vida interior. Son los siguientes:
- La meditación de la Palabra de Dios.
- El rezo del Santo Rosario meditado.
- La oración del corazón.
- La participación en dignas celebraciones eucarísticas, junto con la recepción de la Santa Comunión.
- El acercamiento a la contemplación, con sus respectivas disposiciones preparatorias (buscar del silencio, superar los apegos desordenados a este mundo y a las personas…).
Para retomar este último punto… La mayoría de las personas no están llamadas a una renuncia tan intensa al mundo como la que se vive en los monasterios contemplativos. Viven en el mundo y, conforme a sus deberes de estado, tienen obligaciones que las ponen en contacto con las cosas pasajeras. Quien cumple con sus deberes de estado, de ningún modo se ve separado de Dios por el hecho de no pasar tanto tiempo en el silencio y no poderse retirar.
Sin embargo, también ahí hemos de estar atentos, porque lo que importa es “cómo” cumplimos nuestros deberes de estado. El P. Gabriel de Santa María Magdalena, un maestro espiritual carmelita, escribe a este respecto:
“Hay ocupaciones y contactos con las criaturas que son exigidos por las obligaciones del propio estado: son manifestaciones de la voluntad de Dios y, por lo tanto, no es posible para buscar a Dios sustraerse a ellas. Si en esas cosas sabemos regularnos según la medida impuesta por la voluntad divina, no hay razón para temer que constituyan de por sí un obstáculo a la unión del alma con Dios. Pero es necesario permanecer únicamente en el marco de la voluntad divina; con otras palabras, en nuestro contacto con las criaturas y en todas nuestras actividades, tenemos que llevar una sola intención: el cumplimiento del deber. Cuando, por el contrario, el “afecto” de la voluntad se detiene en tales cosas, buscando en ellas algo de satisfacción personal, como por ejemplo, apagar la curiosidad o el ansia natural de afecto, hacerse valer, procurarse la estima de los demás, etcétera, entonces se sale del riel de la voluntad de Dios, y el corazón se ase a las criaturas, topando así con un obstáculo verdadero.”
El desapego –es decir, la libertad frente a este mundo– es indispensable para la profundización de la vida espiritual. Por eso, el P. Gabriel habla de la “celda interior”, que es una expresión también empleada por Santa Catalina de Siena. Esta “celda interior”, que es aún más importante que la “celda exterior”, se forma cuando hemos dejado entrar al Señor en nuestro corazón y entonces nos encontramos más profundamente con Él en nuestra alma. Vamos aprendiendo a retirarnos siempre a esta “celda interior” para, a partir de ahí, cumplir nuestras tareas en la fuerza del Señor. Lo esencial es que venzamos nuestro apego al mundo pasajero, y que le entreguemos nuestro corazón indiviso a Dios. Entonces, Dios nos conducirá de tal forma que nos unamos cada vez más profundamente a Él.
Es muy importante para mí recalcar una vez más que la profundización e interiorización de la fe son esenciales en sí mismas; pero adquieren una necesidad apremiante en los tiempos actuales de confusión en el mundo y también en la Iglesia. Así, permanecemos a salvo en el Corazón de Dios y de la Virgen. En la seguridad del Señor, podremos entonces recorrer nuestro camino de seguimiento de Cristo y ayudar a las personas que están desorientadas por las cosas que están sucediendo a su alrededor.