«Mi amor por ti podrá crecer aún más en tu corazón» (Palabra interior).
De la fe pasaremos a la visión beatífica, y la esperanza se cumplirá en la eternidad. Pero el amor permanece para siempre. Así exclama san Pablo en el himno a la caridad: «La caridad nunca acaba. Las profecías desaparecerán, las lenguas cesarán, la ciencia quedará anulada» (1Cor 13, 8).
Esa es la razón por la que el amor siempre puede y debe crecer en nuestro corazón. Esto sucede cuando cultivamos una íntima relación con nuestro Padre. La única limitación es que no podemos asimilar en plenitud el amor de Dios en nuestro cuerpo mortal, sino solo en la eternidad. Sin embargo, desde ya, nuestro Padre quiere colmarnos cada vez más de su amor y hacernos cada vez más semejantes a Él.
En una ocasión, Santa Juana de Chantal mantuvo una conversación sobre el amor con sus hermanas de comunidad. Llegaron a mencionar el martirio de sangre. Entonces, la santa se refirió a otro tipo de martirio: el martirio del amor. Las hermanas le preguntaron cómo podrían sufrir ese martirio, y ella respondió:
«Dad un sí total a la Voluntad de Dios y lo experimentaréis, pues el amor de Dios atraviesa con su espada las capas más secretas e íntimas de nuestra alma y nos separa de nuestro amor propio. Este martirio del amor perdura desde el momento en que nos consagramos sin condiciones a Dios hasta el final de nuestra vida. Pero esto solo se aplica a personas magnánimas que no reservan nada para sí mismas y permanecen fieles al amor».
Un martirio de amor. ¡Qué bendición descendería sobre nosotros y sobre otras personas si lo viviéramos! El amor de Dios se habría hecho realidad en nuestras vidas tan profundamente como es posible en nuestra existencia terrenal.
¿Es un camino difícil? Visto desde fuera, podría parecerlo. Pero, cuando el amor de Dios crece en nuestro corazón, él nos sostiene.