El Corazón de Dios busca al hombre, que, cayendo en la seducción de los poderes de la oscuridad, se apartó de Él. Como Jesús nos hace entender a través de la parábola del hijo pródigo, Dios está siempre a la espera, aguardando nuestro retorno.
El hombre deambula en este mundo… No sabe de dónde viene ni a dónde va; ya no conoce realmente a Dios. Con cada nuevo descarrilamiento, se desvanece más el recuerdo a aquel trato confiado con Dios; el recuerdo a su verdadero hogar, al Paraíso.
Los demonios ponen lo que falta para distorsionar la imagen de Dios. No quieren que en el corazón del hombre esté grabada la imagen de un Padre bondadoso. A menudo, esta Su imagen se pervierte, como si fuese un arbitrario gobernante, que se muestra indiferente o incluso hostil al hombre; un tirano que no quiere concederle el conocimiento ni permitir que disfrute de otros bienes deseables, y que impone prohibiciones a todo aquello que podría complacer al hombre.
Así, el hombre tiene que aprender de nuevo a “deletrear”: “Yo procedo de Dios, mi Padre, y a Él retorno. La creación no es Dios; sino el Creador es Dios. No debo ofrecer a los ídolos; sino entregarle mi corazón a Dios. Nuestro verdadero hogar no es la Tierra; sino el Cielo. Nuestra riqueza no son los bienes terrenales; sino los eternos. No hemos de ser los ‘homicidas de nuestros hermanos’; sino sus guardianes (cf. Gen 4,9-10)”.
“Adán, ¿dónde estás?”
¿Cómo puede Dios llegar al hombre en su extravío? ¡Sí, será un largo camino hasta Belén!
La situación debe haber sido realmente grave, tanto así que el Padre tuvo que mandar una purificación sobre la Tierra –el diluvio– (cf. Gen 17-24), y sólo encontró a uno que era justo a Sus ojos: Noé (cf. Gen 6,8). ¡Uno entre muchos! ¡Sólo uno! Pero a ése lo llamó y le dio todo…
¿Fue éste un nuevo inicio para sus creaturas? Sí y no… El pecado original no había quedado extirpado; sino que también “subió al arca”, por así decir. El hombre no había sido aún redimido. Cuando la Tierra volvió a poblarse, estos hombres quisieron llegar muy alto; tan alto que Dios tuvo que detenerlos y confundió sus lenguas (cf. Gen 11,1-8).
¡Aún quedaba un largo camino hasta Belén! ¡Y es sólo gracias a la paciencia y longanimidad de Dios que los hombres no nos hemos destruido a nosotros mismos desde hace mucho tiempo y aún nos queda esperanza!
Sí, Dios ya llevaba a Belén en Su Corazón; pero aún faltaba un largo camino para prepararnos a nosotros, los hombres.