EL HONOR DE SER HIJOS DE DIOS

“Llámale Padre muchas veces al día, y dile a solas, en tu corazón que le quieres, que le adoras: que sientes el orgullo y la fuerza de ser hijo suyo” (San Josemaría Escrivá de Balaguer).

No es que nuestro Padre no sepa que lo amamos y que queremos amarlo cada vez más. ¡Ciertamente lo sabe! Entonces, ¿por qué habríamos de decírselo?

Esto forma parte del misterio del amor…

¿Acaso el mismo Jesús no quiso oír de boca de Pedro que lo amaba (Jn 21,15-17)? ¿Acaso los enamorados no se susurran una y otra vez: “te amo”? ¿No lo hacen también las parejas que ya han recorrido un largo camino juntos, para asegurarse mutuamente de que siguen amándose?

Hace parte de la ternura en la relación con nuestro Padre que le expresemos una y otra vez nuestro amor. ¿Acaso el Mensaje del Padre a la Madre Eugenia no está lleno de declaraciones de amor de Dios a nosotros?

Expresarle nuestro amor a nuestro Padre, una y otra vez y cada vez más profundamente, crea en nosotros una realidad que nos conecta cada día más con Él, y hace que este nuestro amor se vuelva cada vez más bello y maduro. También nos ayudará a aceptar con mayor facilidad las etapas difíciles de nuestra vida y nos impulsará a practicar las obras de caridad.

El consejo de San Josemaría que sigue a continuación es también muy provechoso y corresponde a lo que nuestro Padre nos pide en el Mensaje a Sor Eugenia: que lo honremos como Él merece y que consideremos nuestra filiación divina como un gran honor y una elección de su bondad.

Esta consciencia se convierte para nosotros en vivificante fuente de alegría en Dios, y así nos aproximamos a la exhortación de San Pablo: “Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos” (Fil 4,4).