«Mi amor debe habitar tanto en ti que guíe todos tus pasos y determine tus acciones» (Palabra interior).
Esto se hará realidad cuando aceptemos la invitación de nuestro Padre y le permitamos entrar en nuestro corazón. Entonces, su amor morará en lo más profundo de nuestro ser y velará por nosotros con suma gentileza, siempre dispuesto a ejercer su delicada pero firme influencia.
En el Mensaje a la Madre Eugenia Ravasio, nuestro Padre expresa su felicidad cuando puede estar a solas con un alma. En el Cantar de los Cantares se describe con términos del amor humano cómo el alma busca a su amado. En la frase de hoy, el enfoque se centra más en la atención de Dios hacia nosotros. Nuestro Padre quiere habitar en nosotros con su amor hasta el punto de que todo se vea impregnado y determinado por él: cada paso, cada acción…
Imaginémoslo de manera concreta:
Cada mañana, «su Majestad» —como llamaba Santa Teresa de Ávila al Señor— ya está esperando a su hijo terrenal, sin haber apartado su amorosa mirada de Él en el transcurso de la noche. En cuanto éste despierta y se vuelve hacia su Padre, el amor divino se activa para darle la bienvenida. Al estar despierto, el hombre puede responder conscientemente y comenzar el recorrido a través de la jornada de la mano de su Padre. ¡Este es el día previsto por Dios desde toda la eternidad! Su amor extenderá su influencia a todos los ámbitos de nuestra vida en la medida en que se lo permitamos. ¡Nada quedará excluido! Si le damos cada vez más cabida, entonces cada nuevo día será una oportunidad para crecer en el amor. Nuestro Padre se deleitará cada vez más en nosotros. Se sentirá como en casa. Podrá contar con nosotros. Ahora puede llevar a cabo sus planes de amor con nosotros y a través de nosotros.
¡Así es nuestro Padre!
