El Hijo de Dios destruye las obras del diablo

1Jn 2,28–3,10

Y ahora, hijos, permaneced en él, para que cuando se manifieste, tengamos confianza y no quedemos avergonzados lejos de él, en su venida. Si sabéis que él es justo, sabed también que todo el que obra la justicia ha nacido de él.

Mirad qué amor tan grande nos ha mostrado el Padre: que nos llamemos hijos de Dios, ¡y lo somos! Por eso el mundo no nos conoce, porque no le conoció a Él. Queridísimos: ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como es. Todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica para ser como él, que es puro.

 Todo el que comete pecado comete una iniquidad, pues el pecado es iniquidad. Y sabéis que él se manifestó para quitar los pecados, y en él no hay pecado. Todo el que permanece en él no peca. En cambio, el que peca no le ha visto ni le ha conocido. Hijos: que nadie os engañe. El que obra la justicia es justo, como él es justo. El que comete pecado, es del diablo, porque el diablo peca desde el principio. Para esto se manifestó el Hijo de Dios: para destruir las obras del diablo. Todo el que ha nacido de Dios no peca, porque el germen divino permanece en él; no puede pecar porque ha nacido de Dios. En esto se distinguen los hijos de Dios y los hijos del diablo: todo el que no obra la justicia no es de Dios, ni tampoco el que no ama a su hermano.

«Permaneced en Dios». Esa es la exhortación esencial para quienes realmente quieren seguir al Señor. ¡Nunca debemos soltarnos de su mano! Antes bien, hemos de buscar la forma de estar cada vez más unidos a nuestro Padre en el amor, preparándonos así para la venida de Nuestro Señor Jesucristo, ya sea el encuentro personal con Él en la hora de nuestra muerte o, si aún vivimos, su Retorno glorioso al Final de los Tiempos. Ojalá no tengamos que avergonzarnos cuando estemos ante Él, sino que podamos salir a su encuentro con confianza, habiendo puesto todo de nuestra parte para vivir en consonancia con la voluntad de Dios. ¡Qué dicha será encontrarnos con Aquel a quien amamos y que nos ama! Toda la Iglesia debe aguardar el Retorno de su Señor con la vigilancia de la Esposa, día tras día, hora tras hora…

El segundo capítulo concluye haciendo referencia a la justicia y, al inicio del tercero, se insiste una vez más: «En esto se distinguen los hijos de Dios y los hijos del diablo: todo el que no obra la justicia no es de Dios, ni tampoco el que no ama a su hermano».

Por tanto, se reconoce a los hijos de Dios por su amor al hermano. En ellos se ha hecho realidad lo que exclama san Juan en el versículo inicial del tercer capítulo: «Mirad qué amor tan grande nos ha mostrado el Padre: que nos llamemos hijos de Dios, ¡y lo somos!»

Es este amor el que nos hace capaces de resistir al pecado y emprender el camino de la santidad. Es este amor el que puede vencerlo todo. Es este amor el que, si lo dejamos entrar y nos entregamos completamente a él, puede destruir las obras del diablo también en nuestro interior. En efecto, «para esto se manifestó el Hijo de Dios: para destruir las obras del diablo».

El pecado entró en el mundo tras la seducción del diablo y la desobediencia del hombre, llevando adelante su obra de destrucción a lo largo de toda la historia humana. Por eso, todos los hombres necesitamos el perdón de Dios. Sabemos que, mediante su muerte y resurrección, Nuestro Señor expió nuestros pecados y destruyó la obra del diablo. Ahora, esta victoria debe hacerse realidad en cada persona. Por la gracia que Jesús nos alcanzó y que acogemos y vivimos en la fe, nos volvemos capaces de resistir al pecado. Por eso San Juan dice: «Todo el que permanece en él no peca». Se refiere, ciertamente, a aquellos pecados que cometemos deliberadamente y de los que no nos arrepentimos. Estos son una señal de que el Espíritu de Dios no actúa en nosotros, pues, como dice el pasaje de hoy, «el que comete pecado es del diablo, porque el diablo peca desde el principio».

La Carta de San Juan nos lo da a entender una vez más con toda claridad: «Todo el que ha nacido de Dios no peca, porque el germen divino permanece en él; no puede pecar porque ha nacido de Dios».

Por tanto, estamos llamados a permanecer en el Señor, a cooperar con su gracia y a amar al hermano. Entonces podremos esperar su venida con plena confianza.

______________________________________________________

Meditación sobre el evangelio del día: https://es.elijamission.net/la-existencia-de-los-pobres-nos-invita-a-hacer-el-bien-3/

Descargar PDF