«Nunca reniegues de lo que has reconocido como verdad» (Palabra interior).
La frase de hoy es todo un desafío para nosotros, los cristianos.
En realidad, debería ser obvio que nunca se puede renegar de la verdad, pues Dios mismo es la verdad y profesarla responde a nuestra identidad más profunda. Sin embargo, las Sagradas Escrituras nos dejan claro que «la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron» (Jn 1, 5). Y no se limitaron a no recibirla, sino que intentan ocultarla, combatirla e incluso ridiculizarla.
Como discípulos del Señor, nos vemos involucrados en este rechazo cuando profesamos la verdad de la fe. Experimentamos la resistencia que proviene de las tinieblas y que se vale de personas que desconocen la verdad y están en error, para oponerse de múltiples maneras a nuestro testimonio. Aquí se aplica concretamente la exhortación del Señor: ¡nunca reniegues de la verdad!
Debemos saber que, en tales situaciones, nunca estamos solos. El espíritu de fortaleza nos ayudará a superar los miedos y los respetos humanos. Y precisamente cuando el testimonio de la verdad nos cueste y suponga una cruz, nuestro Padre nos mirará con especial amor y recompensará nuestra fidelidad.
Ciertamente, hay que aprender a medir cada situación en el Espíritu del Señor para hablar y actuar con prudencia. Sin embargo, la prudencia no tiene nada que ver con una actitud de negación y no debe contener ni un rastro de autoprotección temerosa.
La verdad es un tesoro tan grande que vale la pena dar la vida por ella. La decisión de vivir para la verdad también nos llevará a esforzarnos constantemente por vivir conforme a la voluntad de nuestro Padre y, con su ayuda, superar todas las medias tintas, relativizaciones y sombras que aún llevamos dentro.
Así es como demostramos nuestro amor a nuestro Padre.
