Después de las meditaciones sobre el Espíritu Santo, retomamos ahora nuestras acostumbradas reflexiones en base a las lecturas bíblicas del día. Espero que se hayan unido algunos nuevos oyentes, gracias a las últimas publicaciones en YouTube. A lo largo del año, con diversas ocasiones, podríamos preparar series de meditaciones similares a esta preparación para Pentecostés. Por lo demás, tengo pensado –de ser posible– grabar una vez al mes una conferencia con un tema espiritual para el canal de YouTube (Elijerusalem).
Hch 8,1b.4.14-17
Lectura correspondiente al Lunes de Pentecostés
En aquel tiempo, se desató una gran persecución contra la iglesia de Jerusalén. Todos se dispersaron por las regiones de Judea y Samaría, a excepción de los apóstoles. Los que se habían dispersado fueron por todas partes anunciando la Buena Nueva de la palabra. Al enterarse los apóstoles que estaban en Jerusalén de que Samaría había aceptado la palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. Éstos bajaron y oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo, pues todavía no había descendido sobre ninguno de ellos; únicamente habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo.
La lectura de hoy nos informa sin ambages sobre las graves persecuciones a la Iglesia naciente. En efecto, la vida de Nuestro Señor, después la de los Apóstoles y de la Iglesia a lo largo de los tiempos, estuvo siempre acompañada por persecuciones. Aun si hubo tiempos de calma a nivel exterior, habían luchas al interior, divisiones, herejías, cismas y muchas otras dificultades…
Es parte del realismo del seguimiento de Cristo el estar conscientes de estas persecuciones y también contar con ellas. En la meditación de ayer (la última en la serie sobre el Espíritu Santo), concluí diciendo que debemos seguir al Espíritu Santo y ponernos valientemente al servicio de la evangelización. Hoy, lo primero que nos plantea el texto es precisamente la persecución.
¡Nadie desea ser perseguido! ¡Esto es natural! También para el Señor fue un sufrimiento… Sin embargo, Dios se vale de las inevitables persecuciones. Así, escuchamos en la lectura de hoy que los fieles se dispersaron y anunciaron entonces la Palabra en aquellas regiones a las que llegaron debido a las persecuciones.
¡He aquí una lección muy importante, pues se les abrieron puertas que antes habían estado cerradas! Precisamente esto puede sucedernos también hoy en día. De hecho, Dios conoce todas las circunstancias adversas que se presentan en nuestra vida y, por tanto, también las situaciones de persecución que pueden sobrevenirnos o existen ya.
Es fundamental no dejarse intimidar por el poder de las tinieblas, lo cual fácilmente sucede. Aunque nos confrontásemos a restricciones masivas en nuestras posibilidades externas de evangelización, hemos de estar atentos a las instrucciones que nos da el Espíritu Santo en tales situaciones. Nunca debemos olvidar que siempre y en todo momento nuestra oración puede elevarse a Dios y hacerse fructífera para la misión, que quizá en tales circunstancias otras personas pueden llevar a cabo activamente, puesto que somos un solo Cuerpo en el Señor (cf. 1Cor 12,27).
Actualmente nos confrontamos a una crisis global, que afecta a casi todos los ámbitos de la vida. Muchos simplemente aceptan sin más esta situación de crisis, confiando en las medidas gubernamentales y viendo que los representantes de la Iglesia hablan y actúan de forma similar a los gobiernos.
Pero, ¿es ésta la respuesta apropiada? ¿Es que se plantea la pregunta sobre lo que Dios quiere? Nosotros, como creyentes, ¿no tenemos que cuestionarnos por qué Dios permite todo esto y qué es lo que quiere decirnos con ello?
¡La clave para comprenderlo mejor está ciertamente en el Espíritu Santo! A Él hemos de pedirle luz y consejo sobre lo que debemos hacer en una situación tal. De seguro una respuesta suya será ésta: Así como los discípulos dispersos siguieron anunciando la Palabra, también nosotros tenemos esta misión. Precisamente en este tiempo los hombres necesitan orientación, la Palabra salvífica de Dios, el consuelo del Espíritu Santo… Él siempre nos moverá tanto a profundizar nuestra propia conversión, como también a invitar a otras personas a acoger la fe. Puesto que Él –el Espíritu Santo– es el primer evangelizador, podemos pedirle con insistencia que nos equipe, nos prepare y nos dé las directrices que necesitamos en esta crisis.
En el pasaje de los Hechos de los Apóstoles que hoy escuchamos, Pedro y Juan fueron enviados donde los fieles dispersos, para que éstos recibiesen al Espíritu Santo por la imposición de sus manos. Nosotros creemos con razón que la presencia del Espíritu Santo nos fue concedida a través del sacramento del Bautismo y de la Confirmación. Pero, ¿actúa Él vivamente en nosotros? ¿Podemos entender y seguir sus indicaciones?
Pidamos a estos dos Apóstoles que oren también por nosotros, para que el Espíritu Santo asuma plenamente las riendas de nuestra vida y vivifique todo lo “rígido” en nosotros. ¡Ahora es necesario el testimonio valiente y potente de cada uno de nosotros! Los hombres han de enterarse de que Dios se preocupa por ellos y los llama a la conversión. Ciertamente Él permitió esta situación de crisis a nivel mundial porque sus mandamientos no están siendo observados, una cultura de la muerte está difundiéndose y una cristiandad debilitada por dentro y mundanizada ya no pudo retener esta reprensión.
Por tanto, ahora más que nunca es importante no rendirnos ni nadar con la corriente; sino aprovechar el tiempo para llevar a cabo el encargo del Señor a través de todos los medios que el Espíritu Santo nos abra para la misión.
A quien desee conocer más detalladamente la visión del Hno. Elías sobre la crisis actual, le recomendamos leer en este enlace su último escrito, titulado: “La crisis del Coronavirus en el contexto anticristiano” (http://es.elijamission.net/wp-content/uploads/2021/05/Texto-El-contexto-anticristiano.pdf).