“El Espíritu y la esposa dicen: ‘¡Ven!’ Y el que oiga, que diga: ‘¡Ven!’ Y el que tenga sed, que venga; el que quiera que tome gratis el agua de la vida (…). Amén. ¡Ven, Señor Jesús!” (Ap 22,17.20b).
El Espíritu del Señor siempre nos llama y nos invita a seguirle y a acoger todo aquello que nuestro Padre Celestial nos tiene preparado. Podemos recibir gratuitamente la abundancia de gracias que el Señor nos ofrece.
El problema está en nosotros, los hombres, que a menudo ignoramos el llamado de Dios por estar ocupados en otras cosas. Recordemos aquella parábola del gran banquete que había sido preparado. Los invitados no acudieron, y cada uno dio un motivo distinto para excusarse (Lc 14,16-24).
Todos sabemos que el Padre no nos obliga a acoger su gracia. Pero si no seguimos su llamado de amor, una importante dimensión de nuestra vida quedará sin realizarse. ¡Cuánto podría obrar nuestro Padre a través de los hombres, aun más allá de su salvación personal, si tan solo respondieran a su invitación! Recordemos las palabras de Jesús: “En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y las hará mayores que éstas porque yo voy al Padre” (Jn 14,12).
El Espíritu siempre nos llama y nos saca de toda adversidad hacia la plenitud de la vida.
El Espíritu siempre nos llama y nos saca de toda indiferencia y letargo.
El Espíritu siempre nos llama y nos atrae para glorificar al Padre Celestial.
El Espíritu siempre nos llama y nos atrae para seguir sus mociones.
El Espíritu siempre nos llama y nos atrae para anunciar el amor del Padre Celestial.
El Espíritu siempre nos llama y nos atrae para recorrer el camino de la santidad.
El Espíritu siempre nos llama y nos atrae para salir al encuentro del Señor que retorna.
El Espíritu y la Esposa siempre nos llaman y nos atraen para acudir a la fuente de la vida y beber de ella (Is 12,3).