“EL ESPÍRITU SANTO EN NOSOTROS”

«La obra de esta Tercera Persona de mi divinidad se realiza sin bullicio, y a menudo el hombre no la percibe» (Mensaje de Dios Padre a Sor Eugenia Ravasio).

Inmediatamente después, el Padre explica en el Mensaje a la Madre Eugenia Ravasio que de esta manera, a través del Espíritu Santo, Él habita en las almas de quienes se encuentran en estado de gracia. La inhabitación divina es el don infinitamente grande que reciben aquellos que han acogido el mensaje de la salvación y viven conforme a él. Lo transforma todo, ya que ahora el alma es conducida hacia el bien bajo el influjo del Espíritu Santo. Cuanto más atentos estemos a su suave presencia, que se nos vuelve cada vez más familiar, más nos transformaremos a imagen de Cristo.

Cabe recordar que, como afirma nuestro Padre en la frase de hoy, la obra del Espíritu Santo se realiza sin bullicio y, si no sabemos recogernos interiormente, difícilmente la percibiremos. Por eso, a medida que avanzamos en el seguimiento del Señor, el Espíritu Santo nos instará a buscar el silencio para estar a solas con Dios.

Nuestro Padre nos hace saber a través del Mensaje a Sor Eugenia: «¡Nadie puede imaginar la alegría que experimento cuando estoy a solas con un alma!». Así pues, cuando sentimos la necesidad de silencio, es el Espíritu Santo quien nos llama a un diálogo íntimo con nuestro Padre y Creador. Cuando sentimos hambre de la Sagrada Escritura, es el mismo Espíritu Santo quien lo suscita en nosotros. Si percibimos con urgencia el impulso de orar insistentemente por una determinada persona, también es el Espíritu Santo quien nos exhorta a hacerlo. Lo mismo sucede cuando nos vemos instados a realizar una buena obra, entre otras muchas cosas.

Así pues, a menudo reconocemos la obra del Espíritu Santo de forma indirecta a través de los buenos frutos, y concluimos a posteriori que Él fue el autor. Sin embargo, en el camino de seguimiento de Cristo, su guía se vuelve cada vez más sutil, de manera que percibimos y seguimos más rápidamente sus mociones.

Así, nuestro Padre establece su trono en nosotros para permanecer siempre allí, como un verdadero Padre que ama, protege y ayuda a su hijo.