“EL ENFOQUE DEL CORAZÓN”

«Debes reunir todas las fuerzas de tu corazón y concentrarte en una sola cosa, para que tu corazón no se habitúe a la inconstancia de una actitud inquieta» (Santa Hildegarda de Bingen).

En el camino espiritual, debemos educar nuestro corazón, tal y como nos sugiere Santa Hildegarda en la frase de hoy. «Donde está tu tesoro, allí estará tu corazón» —nos advierte el Señor (Mt 6, 21). Si Dios es nuestro tesoro —y sin duda lo es para todos los que aman al Padre celestial—, entonces debemos concentrar nuestro corazón en Él de forma permanente.

Aunque la frase de hoy podría aplicarse a muchos ámbitos de la vida, el punto decisivo es éste: debemos enfocar las potencias de nuestro corazón en Dios y apartarlas de las muchas distracciones que se nos ofrecen cada día, queriendo reclamar nuestra atención e incluso seducirnos.

No es tan fácil lograrlo. ¡Cuántas distracciones y dispersiones aparecen, por ejemplo, en los momentos de oración! Sin embargo, aquí hay que distinguir entre las distracciones voluntarias e involuntarias. Estas últimas son una molestia, pero, puesto que no son consentidas, no pueden afectarnos en profundidad. No sucede lo mismo con las distracciones voluntarias, que es preciso combatir decididamente y educar el corazón para volver una y otra vez a la intención originaria de la oración. A veces, esto implica forzar el corazón, sobre todo cuando ha encontrado cierto placer en las distracciones y se deja llevar por ellas.

Sin duda, el Padre celestial nos rodea constantemente con la plenitud de su amor. Pero depende de nosotros esforzarnos sinceramente en enfocar nuestro corazón en Él y volverlo así más receptivo a su amor. Si nuestro corazón descubre cada vez más el deleite del amor del Padre, se volverá más fácil enfocarlo constantemente en lo único necesario. Con el paso del tiempo, el gusto por la inquietud y el desasosiego disminuye. Sin embargo, se trata de una lucha larga que requiere autodisciplina.