EL DON DEL TEMOR DE DIOS

“Quiero mostraros cómo vengo a vosotros por medio de mi Espíritu Santo” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

En el Mensaje a la Madre Eugenia, nuestro Padre habla de cómo, por medio de la inhabitación del Espíritu Santo en las almas que están en estado de gracia, Él establece en ellas su Trono para morar siempre ahí como un Padre lleno de amor.

Veamos, pues, cómo actúa el Espíritu Santo en nosotros, cómo glorifica al Padre y despierta nuestro amor por Él.

Empecemos con el don del temor de Dios. Con mucha suavidad, pero con toda claridad, el Espíritu Santo nos exhorta a nunca ofender o faltar el respeto a nuestro Padre Celestial, ni aun en lo más mínimo. Si, por descuido o por la maldad que aún no ha sido superada en nuestro corazón, sucede que volvemos a ofenderlo, el Espíritu Santo despierta en nosotros una profunda contrición de corazón, que nos llama a reconciliarnos inmeditamente con nuestro Padre Celestial. También es el Espíritu Santo quien nos recuerda que las puertas al Corazón de nuestro Padre están siempre abiertas para nosotros, pues Él nos transmite la imagen correcta de Dios para que podamos acercarnos confiadamente a Él.

El Espíritu Santo –el amor entre el Padre y el Hijo– quiere transformarnos a través de sus dones y despertar en nosotros un amor cada vez más grande, con el fin de unirnos completamente a nuestro Padre. Bajo su influjo, aprendemos a acercarnos al Trono de nuestro Padre Celestial en nuestras almas con la actitud apropiada, que implica la reverencia y al mismo tiempo la confianza. Así, el Padre mismo nos enseña, a través de su Espíritu Santo, cómo relacionarnos con Él de tal manera que podamos acoger plenamente su amorosa presencia en nosotros.