EL DON DEL ESPÍRITU SANTO

“El Espíritu Santo está siempre dispuesto a iluminaros y fortaleceros” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).

El gran don del Espíritu Santo, enviado por el Padre y el Hijo, hace que nuestra alma sea iluminada por la luz sobrenatural de Dios, de manera que aprendemos a verlo todo desde la perspectiva de nuestro Padre Celestial. Él es la luz de la luz, y en cuanto nos dirigimos al Espíritu Santo pidiéndole que nos ilumine, Él abrirá nuestros ojos interiores para que podamos ver y percibir mejor la gloria del Padre. 

Pero, además de iluminarnos, el Espíritu Santo nos concede aquella fortaleza que supera con creces la valentía humana, para que seamos capaces de perseverar en el camino de seguimiento de Cristo, con la mirada puesta en el Padre, y podamos con su ayuda superar las dificultades y obstáculos que se nos presentan en este camino.

El Espíritu Santo nos llama a tomar la firme resolución de nunca rendirnos en nuestro seguimiento del Señor, y nos da toda la ayuda necesaria para lograrlo. Entonces sucede aquello que afirma Santa Teresa de Ávila en relación a la vida de oración: que una vez que nos hayamos decidido a emprender este camino y tomado la firme determinación de nunca tirar la toalla, ya habremos recorrido la mitad del camino.

El despliegue del espíritu de fortaleza en nosotros brota de la confianza en nuestro Padre Celestial. Cuando le confesamos sinceramente que, a pesar de nuestra firme resolución y buena voluntad, aún somos tan faltos de entendimiento y débiles, y le pedimos humildemente su ayuda, el Espíritu Santo que habita en nosotros estará siempre dispuesto a acudir en nuestro auxilio, para que vivamos de su fuerza y glorifiquemos así al Padre Celestial.