El don de entendimiento
Mientras que el don de ciencia nos ayuda a escapar de la atracción de las criaturas y a reconocer en una mirada interior su nada, a la vez que nos hace comprender que toda vida y belleza proceden de Dios; el don de entendimiento nos ayuda a penetrar más profundamente en el misterio de Dios.
Nuestro entendimiento natural no es capaz de ello con la ayuda de la fe sola, aunque nos aferremos a las verdades reveladas. Y es que la luz de la fe es, por un lado, una gran luz; pero, por otro lado, es todavía tenue. La fe es una luz en cuanto que nos transmite la verdad sobre Dios y sobre todo lo necesario para el camino de seguimiento de Cristo. Pero ella no nos permite adentrarnos en el misterio de Dios mismo, ni comprender su Ser desde dentro. El conocimiento de Dios como tal sigue siendo bastante oscuro. En este sentido, San Pablo nos describe la eternidad, ahí donde veremos a Dios cara a cara:
“Ahora vemos como en un espejo, de forma borrosa; pero entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré tal como soy conocido.” (1Cor 13,12)
Gracias al don de entendimiento, podemos comprender más profundamente la Sagrada Escritura; nuestra oración se hace más sencilla y contemplativa; al alma le resulta más fácil permanecer simplemente junto al Señor; su presencia se percibe más fuertemente; aprendemos a conocer mejor a Dios por dentro y a ver cómo Él ve.
Puesto que se nos ha infundido este don en el bautismo, lo normal es que empiece a desarrollarse en el momento preciso. Podemos pedir el espíritu de entendimiento, pero no podremos obtenerlo con nuestra propia voluntad. Sin embargo, si nos esmeramos en nuestro camino de seguimiento y nos esforzamos por crecer en el amor, ciertamente el Señor no nos privará de poderlo conocer y comprender más a profundidad.
El don de sabiduría
Si el don de entendimiento nos permite penetrar en los misterios divinos, el don de sabiduría nos concede un “exquisito” conocimiento de Dios. “¡Gustad y ved qué bueno es el Señor!” –exclama el salmista (Sal 34,8). Primero invita a gustar, y después a ver.
El don de sabiduría nos concede una experiencia del corazón, nos permite posar la mirada sobre el amor de Dios, a través del corazón. Por eso decimos que es un “degustar espiritual” del amor divino.
Gracias al don de sabiduría, surge una cierta familiaridad interior con Dios, y podemos comprenderlo intuitivamente con el corazón, conforme a lo que dice en la Escritura: “El que se une al Señor, se hace un solo espíritu con él” (1Cor 6,17). Gracias a esta familiaridad interior con Dios, el conocimiento de sus misterios se vuelve particularmente cálido, así como un rayo de sol, que calienta a la vez que ilumina.
La experiencia cuando empieza a obrar el don de sabiduría, conmueve intensamente a la voluntad, arrastra al alma hacia Dios e ilumina el entendimiento como una lumbrera. El alma es capaz de contemplar la sublimidad de Dios y exclama deleitada:
“¡Qué abismo de riqueza, de sabiduría y de ciencia hay en Dios! ¡Cuán insondables son sus designios e inescrutables sus caminos! En efecto, ¿quién conoció el pensamiento del Señor?; ¿quién fue su consejero?; ¿quién le dio primero, que tenga derecho a la recompensa? Porque todas las cosas provienen de él, y son por él y para él. ¡A él la gloria por los siglos! Amén.” (Rom 11,33-35)
¡El alma ha quedado inflamada de amor! Y cuanto más se una a Dios, tanto más obrará en ella el don de sabiduría…