“Quiero mostraros cómo vengo a vosotros por medio de mi Espíritu Santo” (Mensaje del Padre a Sor Eugenia Ravasio).
En nuestro camino de transformación interior bajo el influjo del Espíritu Santo, Dios viene a nuestro auxilio bendiciéndonos abundantemente con el don de ciencia. A través de este don, el Padre nos permite entender con toda claridad que hemos de entregarle indivisamente nuestro corazón y no perderlo en las cosas pasajeras. Aunque nuestro entendimiento ya lo sepa en teoría, gracias a lo que nos enseña la fe, el corazón a menudo no está totalmente libre para Dios.
Sin embargo, nuestro Padre quiere todo nuestro corazón, como nos lo da a entender inequívocamente en el primer mandamiento. Él no quiere que amemos a criatura alguna de la misma forma y con la misma intensidad con la que sólo Él merece ser amado. A través del precioso don de ciencia, hemos de experimentar interiormente –sin que quede lugar a dudas– que sólo en Dios mismo podremos poseer la plenitud y que sólo en su amor nuestro corazón podrá encontrar su verdadero hogar. Santa Teresa de Ávila lo expresó con gran sencillez y acierto en esta frase: “¡Sólo Dios basta!” ¡Así es! Por tanto, nuestro corazón debe entregarse a Él sin titubear.
Gracias al don divino de la ciencia, aprendemos a percibir la jerarquía de las cosas y a regirnos de acuerdo a ella: Primero Dios y después todo lo demás. A partir de este principio, podremos contemplar el mundo desde la perspectiva de Dios. Una vez que lo hayamos logrado, las criaturas ya no serán un obstáculo en el camino hacia Dios, sino que incluso pueden convertirse en un puente para conocerlo mejor.
Así, a través de la obra del Espíritu Santo, nuestro amado Padre orienta todo nuestro ser hacia Él.