«La alegría espiritual es el distintivo más seguro de que la gracia de Dios habita en nosotros» (San Buenaventura).
San Buenaventura se refiere a la alegría en Dios y por causa de Dios, y la identifica como el distintivo más seguro de la gracia divina en el hombre. En efecto, ¿de dónde podría provenir esta alegría si no fuera de la gracia? No se trata de una alegría meramente natural, por hermosa que ésta sea. Hay personas con un temperamento muy alegre y una actitud positiva hacia la vida, lo cual puede resultar muy atrayente para los demás. Pero esto no es aún la alegría en Dios.
Al provenir de la naturaleza humana, es una alegría que no puede perdurar cuando sobrevienen situaciones difíciles en la vida, que solo pueden superarse en el Espíritu de Dios. Pensemos, por ejemplo, en la alegría de los apóstoles cuando eran perseguidos por causa de Jesús. Así dice el Libro de los Hechos de los Apóstoles: «Salían gozosos de la presencia del Sanedrín, porque habían sido considerados dignos de sufrir ultrajes por el Nombre» (Hch 5,40).
La alegría espiritual, que es uno de los frutos del Espíritu Santo, surge de una íntima relación con Dios. En realidad, esta alegría habita constantemente en la persona que se encuentra en gracia de Dios, pero no siempre se manifiesta de forma sensible. Sin embargo, está ahí, en lo más profundo de nuestra alma, y también puede servir a otras personas como testimonio de la presencia de Dios en la vida de los fieles, cuando perciben la paz y la dicha interior que éstos irradian.
Por lo general, la alegría espiritual permanece escondida e impregna de forma sutil a la persona, despertando cada vez más su verdadera belleza. Así, su alma queda adornada con un esplendor divino, y de este modo nuestro Padre se glorifica en los suyos.