EL DESEO DE DIOS

Una hermosa flor en el Corazón de nuestro Padre es su misericordia. Con ella, y no con una inflexible severidad, quiere juzgar al mundo. La misericordia es su motivación insuperable para estar siempre pendiente y salir una y otra vez en busca de los hombres, para que se abran a su amor. En el Mensaje a la Madre Eugenia, nos dice:

“Ellos [los pecadores, los enfermos, los moribundos y todos los que sufren] han de saber que no tengo otro deseo más que el de amarlos, colmarlos de Mis gracias, perdonarles cuando se arrepientan, y, sobre todo, no juzgarlos con Mi justicia sino con Mi misericordia, para que todos se salven y sean contados en el número de Mis elegidos.”

¡Si tan solo las personas lo entendieran! Entonces se desvanecería aquella imagen distorsionada que a menudo tienen de Dios. No es sino el enemigo del hombre quien, desde el inicio y a lo largo de la historia humana, intenta transmitirnos una falsa imagen de Dios. Desgraciadamente, no pocas veces ha conseguido oscurecer la verdad del amor de Dios.

Pero nuestro Padre, con gran paciencia y perseverancia, trata de corregir esta imagen tan injusta y falsa que ha sido sembrada en muchos corazones. Así leemos en el mismo Mensaje:

“He querido recordaros estas cosas para que estéis cada vez más convencidos de que soy un Padre muy bueno, y no aquel Padre terrible por el que aún me tenéis.”

Dios no viene “con el ardor de su cólera” (cf. Os 11,9) para obligar a las personas a creer en Él. ¡Al contrario! En la Persona de su Hijo, extiende los brazos en la cruz y exclama: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). Así nos ha abierto de par en par las puertas de la misericordia, que permanecerán abiertas hasta el Fin de los Tiempos. ¡Este es el deseo de Dios! Entonces el hombre comprenderá que hasta tal punto nos ama el Padre Celestial…